La vecina de Arteixo sin extremidades superiores consiguió el carné, pero no el certificado de movilidad reducida
18 abr 2019 . Actualizado a las 07:19 h.Cuando Celia se vio rodeada de cámaras hace dos meses ante su coche pensó que había superado el mayor obstáculo de su vida. Los reporteros la grababan feliz ante su coche adaptado y su carné de conducir. Tenía motivos para sentirse una heroína porque Celia Regueira, vecina de una aldea de Arteixo, no tiene manos. Pero varias semanas después ha comprobado que la burocracia puede hacerle la vida más difícil que la ausencia de extremidades. «Para aparcar es una odisea, no puedo hacerlo en plazas de minusválidos», sentencia Celia. El reconocimiento de su discapacidad se remonta a 1987, sin necesidad de revisión periódica. Por eso, cuando comenzó su aventura con el carné de conducir y el coche adaptado, solicitó ser valorada de nuevo para conseguir el certificado de movilidad reducida y poder añadir ese papel plastificado en el salpicadero que le permita aparcar en zonas para discapacitados. «Pero nada, no hay manera», lamenta.
-Entonces será una clienta habitual de aparcamientos privados.
-¿Yo? Imposible. ¿Cómo cojo el tique? Bajándome del coche, pero el tique no sale hasta que pones el coche a la altura de la máquina, y no puedo abrir la puerta.
Por eso cuando baja a A Coruña desde Arteixo busca hueco libre en la zona azul. «Porque tengo la aplicación en el teléfono, si no tampoco podría», esgrime. Y a veces se convierte en esas escasas conductoras que utilizan los aparcamientos disuasorios desde donde se desplazan en autobús urbano por la ciudad y realizar una de sus habituales visitas a la autoescuela Lespar, donde aprendió a conducir. «Sinceramente, creo que tengo derecho a poder aparcar en minusválidos», insiste.
Pese a la decepción con la Administración, Celia Regueira se confiesa muy feliz desde que ha empezado a conducir o, lo que es lo mismo, a sentirse independiente, a no depender de terceros para desplazarse unos kilómetros. «Esa libertad de decidir ir a la playa con mi perro si me apetece… eso es maravilloso».
Como conductora se va poniendo cada vez retos más complicados. Consciente de su situación especial, reconoce que aún debe practicar para ganar soltura. «El otro día fui a Santiago por la autopista, miré el salpicadero, iba a 100 por hora, nunca imaginé que pudiera ir yo sola a esa velocidad», señala.
Mientras la burocracia fracasa, la sociedad le ha reconocido su gran mérito. En un instituto de A Coruña, el Urbano Lugrís, darán su nombre a una de las aulas.
-¿Alguna avería?
-Casi. Una vez el coche me avisó de que tenía poco aire en una rueda. Lo llevé al taller y descubrieron que estaba pinchada por una piedra.