Corría el año 1983 cuando Golpes Bajos anunciaban al mundo que venían malos tiempos para la lírica. El gran Germán Copini desgranaba con su peculiar voz los versos de lo que se convertiría con el tiempo en un himno, acaso una profecía, una verdad impresa en el inconsciente colectivo de nuestro país, ya que, treinta y pico años más tarde, su mensaje goza de mejor salud incluso que en los días de su nacimiento. En aquellos años, los de la movida, aquello podía sonar como una paradoja, un sin sentido, ya que el país vivía una efervescencia creativa y artística y una euforia casi indescriptibles. Los grupos musicales nacían como champiñones, llenando las ondas de auténticos temazos inolvidables que nos han dejado huella imborrable de una época feliz y prolífica. Pero los artistas de otras disciplinas también gozaban del mismo ímpetu.
Fotógrafos, cineastas, poetas, pintores, escritores, en fin? creadores que en aquellos años podían canalizar su arte, a veces ayudados por ayuntamientos que contrataban sin cesar, o simplemente aupados por una sociedad ávida de lo nuevo. Sin embargo, treinta y dos años más tarde, ese estribillo retumba en mi cabeza como una verdad eterna, si entendemos la eternidad como un presente continuo, un tiempo que nos ocupa desde el momento más lejano que alcanza nuestra memoria. Puede que ahora, con la crisis, los síntomas se hayan agudizado, pero cuando miro hacia atrás solo veo malos tiempos para la lírica.
Vivimos en un país donde un artista es poco menos que un bicho raro. Curioso, gracioso quizás, pero un poco raro. Y donde el arte no vale nada. O casi nada. Los políticos que nos gobiernan se han propuesto acabar con el arte, con la educación, en definitiva, con la cultura en general. Así nos convierten (o intentan) en borregos que puedan dirigir con sus varitas envenenadas. Así, aborregados, fritos a impuestos, sin trabajo ni futuro, se proponen dominarnos, robarnos el alma y la cartera a la vez. Si ya la vida está difícil, me refiero a la supervivencia, ¿que energía y que posibilidades quedan para la creación? Si además, la obra del creador no tiene salida, el panorama resulta árido y desolador. Las nuevas tecnologías de creación digital y el internet han facilitado el proceso, haciéndolo asequible para un montón de gente que antes no tenía posibilidad de expresarse. Pero también han llenado el espacio de ruido, y de mucho contenido carente de la mínima calidad. La buena noticia es que la necesidad ha agudizado el ingenio, y nos ha puesto en pie de guerra. Queremos dar la batalla. Las dificultades no van a hacer que los artistas nos callemos, o nos quedemos quietos. Eso sería la muerte. Así que con escasísimos medios, o sin ellos muchas veces, intentamos convertir en realidad nuestros sueños, y dejamos que la lava de nuestros volcanes internos se desborde sin remedio, convirtiéndose al enfriarse en el fruto que tanto deseamos alumbrar. Eso sí, sin tener la más ligera idea de si llegará a alguna parte.
Lo mío es la imagen, la fotografía, el cine. Así que, aunque también echo de menos mayor presencia de otras actividades artísticas en mi entorno, lo que más añoro, lo que me pesa, es vivir en un lugar donde no hay ni una sola sala de cine. Me cuentan que hubo uno que vivió días de gloria, el cine Alfonseti, que fue remodelado, reconstruido, reformado, no sé muy bien como definirlo? quizás transformado, muy a su pesar, en una versión menor de sí mismo: una sala de cine, sin pantalla ni proyector, es como un fotógrafo sin cámara, un violinista sin su instrumento o un pintor sin su lienzo. Siento que no haya un lugar donde ver grandes películas del cine clásico, renacentista, independiente, alternativo, cine de autor. Donde al menos, una vez por semana y a precios populares, como antes, pudiéramos sentarnos un par de horas a oscuras a disfrutar de la magia del cine, aparcando en la calle nuestros problemas y preocupaciones. Donde, al apagarse la luz, olvidáramos un rato que aún vivimos malos tiempos para la lírica.