Las bandas asolan el territorio y la geografía gallega se llena cada vez más de encapuchados que atacan pertrechados de patas de cabra, ganzúas, mazos y otras herramientas propias de una profesión que cada vez suma nuevos trabajadores y cuya bolsa de empleo, por lo que se ve crece a ojos vista.
En las aldeas cada vez los mayores viven más aterrados por el miedo de ser asaltados, de ser apaleados y en los pueblos como Lalín hay estanqueros y comerciantes que no pegan ojo desde hace meses porque no se pueden permitir bajar la guardia. En un escenario tan calamitoso como ese la aparición de unos santos boca abajo en perfecto equilibrio, las sospechas de magia blanca o negra _que eso nunca se sabe_ de brujería o superstición nos hacen sonreír.
Aunque los investigadores hayan determinado que el valor de las piezas no es significativo, para muchas devotas vecinas de Vila de Cruces eso no es así y un templo asaltado no deja de ser un templo asaltado y el robo de objetos sagrados un sacrilegio. Algunos ya están pensando en buscar fondos para reponer las piezas perdidas. Mientras tanto otros, en estos tiempos de crisis se aferran a la magia y al esoterismo como cura de todos los males. Galicia es tierra de magos y de meigas y el territorio está plagado de curiosos personajes. Uno, no lejos de alguna de las zonas de A Coruña donde se produjeron los asaltos, se apartó del mundo para refugiarse en la soledad del monte. Un monte por el que diseminó algún que otro confesionario para dar cobijo y confesión a las almas que vagan en pena. Un detalle.