Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

Ni zapatero ni tampoco remendón

benigno lázare LUGO / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

ROI FERNÁNDEZ

Jesús Fernández y su hija Lucía, una infrecuente sucesión familiar

15 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Lucía Fernández Varela tomó el relevo de su padre, Jesús Fernández Gómez, al frente de una de las dos zapaterías de reparación del calzado que hay en Chantada. Curiosamente, en la otra también trabaja una mujer; sin embargo, no es lo habitual en el clásico oficio de zapatero remendón.

«Cando me faltaba un ano para xubilarme díxome, ?podía quedarme na zapatería?; eu tomeillo a broma e contesteille, ?pois ven?, e pola tarde presentóuseme nela, e ata hoxe». Así relata Jesús cómo fue el relevo generacional en una profesión tradicionalmente masculina, a pesar de que no requiere una gran fuerza física ni características especiales. Lucía comenzó aquella misma tarde un aprendizaje para el que tenía un año de plazo, el que le quedaba de vida laboral activa a su padre. Heredó la clientela casi intacta, además de la que le llegó nueva, pero asegura que inicialmente sufrió algunos casos de rechazo por el mero hecho de ser mujer, al margen de los que desconfiaban por su condición de novata. «Foron poucas, pero algunhas persoas preguntaban polo meu pai, e levaron o calzado sen reparar, aínda que ao cabo duns días volvíano traer», recuerda Lucía.

Jesús comenzó como aprendiz cuando tenía 14 años, con un primo de su madre, en Soilán de Pesqueiras. De regreso del servicio militar trabajó casi dos años en la refinería de A Coruña. Se volvió a Chantada y estuvo dos o tres años con un zapatero, antes de coger en traspaso el negocio de otro profesional que estaba frente al Casino. Consiguió mantener la práctica totalidad de los clientes que ya tenía el zapatero, cambió de local un par de veces y en el que ahora tiene su hija pasó más de 30 años. Cuando cumplió los 65 se jubiló con todas las consecuencias y, a pesar de que de vez en cuando va por allí, se dedica a un huerto y a sus gallinas.

Lucía trabajó nueve años en una tienda de ropa en la villa chantadina. Cuando fue madre, dejó el empleo, pero cuando quiso buscar otro, ya había superado la edad que piden a las dependientas. Como a su padre le faltaba un año para jubilarse, calculó que era un plazo suficiente para aprender el oficio. Desde hace siete está sola.

Tampoco ella tuvo que empezar de cero pero, a diferencia de la generación del padre, apenas echa remiendos porque los materiales y los medios cambiaron mucho. Ambos coinciden en que el oficio da para «ir vivindo».

Está en desacuerdo con que los zapateros están entre los profesionales beneficiados por la crisis. En cambio, nota que actualmente bajó bastante la calidad del calzado que se compra.