
Esteban viaja desde Cedeira hasta A Coruña para que Alfonso Sánchez le cree sobre el brazo un tatuaje con motivos japoneses que, además de tapar un dibujo tribal, transmite varias ideas: cambio, prosperidad, protección, sabiduría... Para Esteban no es su primer tatuaje, ni su primera sesión. De hecho, en el que ahora se hace lleva invertidas 25 horas: cinco cada día, desde enero o febrero. «No es bueno para mi gusto pasar de ese tiempo por jornada», dice Alfonso. Esteban lo confirma y, aunque sin gesto alguno de dolor, añade: «El que diga que no duela, miente». Sánchez refrenda: «Duele, sí, pero este es un dolor consentido».
Mientras va uniendo tinta y piel, el tatuador cuenta que se siente especialmente cómodo cuando echa mano del hiperrealismo en sus tatuajes. En la pared del estudio se ven sus dibujos creados a partir de las ideas solicitadas, los mismos que después plasma sobre el cuerpo de los clientes. «La mayoría de mis trabajos son a mano alzada», apunta. Sánchez se mueve por numerosas convenciones internacionales del tatuaje e incluso ejerció de jurado en el Mulafest de Madrid a finales de junio. Percibe que cada vez hay un filtro de calidad mayor, «y eso es bueno». Cerca de la camilla donde trabaja hay una calavera: «Tengo muchos objetos de referencia visual, elementos reales para llegar a una calidad máxima». Las mariposas que crea parecen suspendidas sobre la piel, sus leones semejan tener vida y los retratos adquieren tres dimensiones. Ha tatuado también sobre el brazo de su mujer, Kathy, con la que gestiona el estudio. Su hijo, de siete años, empieza ya a dar pasos: «Tiene una maquinita. Lo lleva en la sangre», sonríe la madre.