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Carmiña, Carmela

Alicia Muíños Cal

A CORUÑA CIUDAD

28 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Era de complexión férrea, el pelo teñido con una cana por pensamiento, ojos escrutadores, de un azul que daba cierta dulzura gélida, sus labios prietos, acostumbrados al enojo y sus dedos, como sus manos, anchos y contundentes, eran lo que más me hipnotizaba de su cuerpo. El meñique y el anular de su mano izquierda estaban fijamente contorneados, habían sido lesionados en la guerra, eso me había contado mi madre.

Todas las mañanas desayunaba un tazón de leche con sopas de pan y en la merienda, pan y queso del país. Yo observaba atentamente cómo con su pequeña navaja cortaba rodaja tras rodaja, queso y pan, por orden de bocado. Él sabía que yo lo observaba desde la puerta y en alguna ocasión, con suma discreción, me ofrecía un bocado como el suyo, sin repetir por supuesto, lo tenía proporcionadamente regulado para cada merienda.

Así era el abuelo. Espartano, medido y minucioso en todos los sentidos, y yo no podía evitar sentir cierta admiración, pues me parecía como si apreciase todo lo que poseía y deseara en justas medidas, no por avaricia, sino porque no le faltase.

Recuerdo con nerviosismo un día que yo practicaba con la flauta y mi libro de música de sexto curso, se acercó a la mesa del comedor y me dijo cómo tenía que tapar con mis pequeños dedos para que el sonido fuese el apropiado. Yo le ofrecí la flauta para que me demostrara cómo lo hacía él y pensé, madre mía, y ¿cómo hará con los dedos que tiene encorvados? No medié palabra, solo escuché atentamente el movimiento de sus manos. Su mirada surgió atenta, su paciencia remansa y su tono de voz, ajustado, como quien sabe de que habla. Tocó aquel instrumento de principiante, hacía tiempo que no podía tocar y, bajo su experta mirada, yo toqué después la que ya parecía la melodía de Carmiña, Carmela. Terminé la canción, le miré esperando respuesta, él aprobó con un asentimiento de cabeza y yo le respondí con una amplia sonrisa.

Fue nuestra particular clase de música, la de un anciano huraño que como casi siempre no es lo que parece, y una nieta cuya ansia por descubrir, atesora en la memoria de su corazón a su abuelo.

Alicia Muíños Cal (A Coruña, 48 años) es contable.