A la altura de Zumolandia

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

19 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No recuerdo en qué momento la calle en la que vive mi abuela empecé a llamarla Juan Flórez, porque cuando somos niños tenemos esa norma común de llamarle a las cosas por su nombre. Y si te tienes que referir a la calle donde vive tu abuela pues le llamas así: la calle donde vive mi abuela. Juan Flórez llegó mucho después. Como todo ese callejero que aprendes con orden lógico: primero tu dirección, luego la de algunos familiares, más tarde las plazas o avenidas de referencia hasta que te vas componiendo un lugar en el mundo. Ponerle nombre oficial a la vida cuesta un tiempo y en ocasiones es un imposible, sobre todo si vives en una ciudad en la que los nombres son espíritus que asoman por antojo.

Estarán conmigo en que los coruñeses tenemos por costumbre citarnos en lugares fantasma, y no es una moda de ahora, que yo he oído hablar del cine Doré sin haberle visto jamás la puerta de entrada. Se la vi al Rex, y al cine París, y al cine Coruña y ahí siguen, porque antes de perderme enseguida quedo con alguien allí. ¿Dónde? «Nos vemos en la plaza del cine Coruña», y nos encontramos usted y yo segurísimo. ¿Me siguen? Hay emblemas que dan nombre y pesan más que las placas oficiales, ahí está la esquina de El Pote, o la acera de Barros, o la del Marabú... Que aquí nos gusta mucho hablar así para localizarnos: «¿No sabes esa tienda nueva?, Sí, mujer, la que está al lado de El Linar...». El Linar, como el Otero, hicieron nuestras delicias el fin de semana y siguen marcando con su sabor el paseo si alguno se despista. Que más de uno se habrá perdido en el bullicio de la calle Real y lo habrán encontrado en el antiguo Porvén o más adelante, en Pascual. Y da igual que allí ahora vendan helados de yogur que ese Pascual, el de la corsetería, asoma en la memoria con una gran sonrisa. ¡Qué escaparate con su caballito!

Esto de movernos a nuestro modo, con nuestro código, tiene lo suyo. Qué posesión nos entra con algunos sitios. Por más que los de Carrefour nos hayan querido invadir los coruñeses les hemos salido rana, y aquí décadas después seguimos haciendo la compra... en Continente... ¡Y en Pryca! Que debió de estar solo dos años en Los Rosales, pero nadie le quitó el puesto y mucho menos la palabra. A Pryca aún va la gente varias veces al mes, y me encanta cuando algunos en un doble giro le llaman «Continente» por asociación muy debida con el de Alfonso Molina. ¡Cualquier nombre antes que el impronunciable Carrefour! Pero nada me gusta más que subir la Ronda y a lo lejos divisar resucitado, con sus sillas de mimbre y sus sombrillitas de colores, aquel orgullo de modernidad tan vintage de los ochenta ¿No lo ven? Hoy me han citado a las dos de la tarde ahí, en la Ronda de Outeiro, a la altura de Zumolandia. Allá voy.