
Viste de negro. «Siempre. No lo hago porque sea un reflejo del mundo que veo, como decía Johnny Cash. Simplemente porque es un color que me gusta y me queda bien», comenta Néstor Manuel Rodríguez Pardo. Tiene 31 años y anda sin pareja. «Estoy bien así. Estar soltero te deja mucho tiempo libre, aunque es algo que puede cambiar de un día para otro», comenta este artista coruñés que reconoce que siendo músico «se liga. Pero como dice la canción, siempre me voy a enamorar de quien de mí no se enamora. Mi mujer ideal debe de tener paciencia, ser buena persona, guapa, elegante y empática», apunta sonriente. Charlamos en la legendaria cafetería Conga de Ramón de la Sagra. Le pido disculpas porque llego diez minutos tarde. «No soporto la impuntualidad. El tiempo es muy valioso, más que el dinero», asegura mientras saborea un té rojo. Se le ve un tipo relajado. «Soy calmado, sociable… Me gusta rodearme de gente positiva», sentencia el cantautor. Hijo de cubano y coruñesa me cuenta muchas anécdotas del pasado familiar. «Mi bisabuelo dirigía el hotel Sevilla de La Habana. Mi abuelo era hijo de los del ultramarinos la Estrella. Se casó con una cubana y con ella tengo muchas cosas en común, como mi afición por las antigüedades. También me gusta bailar salsa y dicen que lo hago bien», relata. Estudió en el colegio Labaca y después se fue al Femenino. Es de la promoción que estrenó la ESO. Antes de irse a Madrid, al conservatorio, pasó por el Rías Altas y el instituto Zalaeta. «Si no me hubiese decantado por la música hubiera hecho Ingeniería Mecánica o algo de decoración de interiores. Cuando era pequeño decía que de mayor quería ser turista», recuerda. También jugó de mediapunta en la Unión Sportiva. «Hace poco me encontré con el entrenador y me dijo que tenía calidad, pero que era vago». Se compró la primera guitarra en un rastro y dedicó ocho horas diarias a estudiar. «Cuando tenía 21 años quería ser el mejor», sentencia. Su primer grupo fue Loveless Cousins, después The Allnight Workers. En total tres discos en solitario y siete con estas formaciones. «El segundo mío, Let it Stay, no lo tengo», afirma Néstor, que en su día compaginó la música con el trabajo como fotógrafo y ahora es comercial de una empresa de formación.
Tango y poesía
Me cuenta que su abuelo mandó incluir en su lápida la frase del tango Cambalache de Gardel: «El mundo es y será una porquería en el 506 y en el 2000 también». «En mi tumba también quiero una estrofa de Gardel, esa de ‘Adiós, muchachos, compañeros de mi vida’…». Para eso falta mucho, pero para el cuarto disco menos. «El año que viene. O sigues haciendo cosas o caes en el olvido». Vivió un momento de eclosión artística a raíz de participar en el programa La Voz. «Me valió como promoción y para llegar a gente que de otra manera no me hubiera escuchado nunca. Lo que pasó es que hubo quien pensó que iba a cobrar más al salir de la televisión. Y mientras tanto, yo en casa», recuerda con buen humor este coruñés que se define como «cantautor nacido en el rock and roll, criado en el blues y el jazz y emancipado en el folk y la música latina». Una llamada interrumpe nuestra conversación. «Lo utilizamos demasiado. Por las noches dejo el móvil en el coche», asegura.