
No descubrirse al pasar una procesión estaba penado y en 1903 varios vecinos fueron sancionados
17 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Todo el mundo llevaba sombrero o gorra. Era la moda y la costumbre. Su uso estaba sujeto a las reglas de educación y etiqueta. Así descubrirse o quitarse el sombrero los hombres en la calle se consideraba una señal de respeto. Y en ese respeto debido, en la España de la monarquía borbónica de finales del siglo XIX y comienzos del XX, estaban las personas, las autoridades, instituciones y símbolos del Estado y el culto católico. Pero a veces, ese respeto era exigido, siendo fuente de conflictos. Donde más problemas surgían era durante el paso de las procesiones o del viático por las calles. La Constitución de 1876 establecía que la religión católica era la del Estado, garantizando al mismo tiempo la tolerancia religiosa. Sin embargo esa tolerancia era muy restrictiva y estaba siempre supeditada al respeto debido al culto católico. En este contexto, el clero y las autoridades conservadoras valoraban como una ofensa no descubrirse los hombres ante el paso de procesiones y no dudaban en recurrir a la fuerza pública y a los tribunales para imponer ese respeto.
El domingo 28 de junio de 1903 se celebró en A Coruña la procesión de la Octava de la Pescadería. Al pasar por el Cantón Grande, el presidente de la Audiencia territorial, Pedro Higueras Sabater, observó que Ramón Castro Ucha no se descubría y lo denunció. Tres días después se celebró el juicio, alegando el denunciado que no era católico y que no era delito ni falta no descubrirse ante una procesión sino se hacía con mofa y escarnio del culto católico. La cuestión suscitada se vivió con expectación ya que afectaba a derechos básicos y sus límites. El juez municipal Eduardo Galván, considerando que la tolerancia religiosa estaba limitada por el respeto a los cultos y que el denunciado no se descubrió a pesar de las advertencias recibidas, estimó que tenía el deliberado propósito de ejecutar un acto de desprecio y lo condenó a tres días de arresto menor y cinco pesetas de multa.
Al domingo siguiente, 5 de julio, se realizó una nueva procesión, la de la Octava de Santiago. Al pasar por la plaza de María Pita, el fiscal de la Audiencia, Enrique Saavedra Pareja, que llevaba una de las borlas del guion de la procesión portado por el presidente de dicha Audiencia, ordenó a la guardia municipal que hiciese descubrir a un individuo. Este se negó y se le quitó el sombrero a la fuerza. El interpelado, Bernardo Bargo Gómez, anarquista, empezó a dar vivas a la libertad, al progreso y a la ciencia y mueras al oscurantismo. Fue detenido. Cuatro días después ingresó en la cárcel al no poder pagar la fianza de mil pesetas. Su detención generó malestar entre los anarquistas y librepensadores. El domingo 12 de julio hubo procesión, la de la Octava de Santa Lucía. El gobernador civil, José Martos O’Neale, para evitar cualquier manifestación antirreligiosa, incrementó la seguridad, cada imagen iría custodiada por una pareja de agentes, y ordenó que no se obligase a descubrir a nadie. La procesión discurrió en paz.
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