Luis Monteagudo y tres sabios en un 600

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

17 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La Burra no daba mucho más de sí, pero cumplía su función. Recorría despacio y con algún que otro achaque las carreteras centroeuropeas en aquella maravillosa cruzada cultural y científica en la que se embarcaron tres sabios coruñeses, tres amigos que decidieron atravesar medio continente en un Seat 600 con la única intención de colmar su sed de conocimiento recorriendo museos, yacimientos arqueológicos, espacios naturales…

Llamaban La Burra a aquel Seat 600 que era vehículo, porteador y hotel. Cuando llegaba la hora de descansar, buscaban cualquier descampado y sacaban a la intemperie el equipaje que no cabía en el maletero. Como no era suficiente, extraían también los asientos del coche para poder dormir en el interior. Así, esparcidos por el campo, se encontró una día esos sillones la policía alemana, que golpeó la ventanilla del hotel para interesarse por aquellos vestigios.

Del interior asomaron las cabezas de los tres camaradas: Luis Freire, el más importante micólogo que ha dado Galicia; José Landrove, profesor y eminente químico, además de legítimo propietario de La Burra, y Luis Monteagudo, probablemente el más insigne de nuestros arqueólogos y primero en excavar el castro de Elviña. Monteagudo falleció esta semana en Santiago, convirtiendo en polvo y recuerdo aquella amistad consolidada en las cunetas de Europa y forjada con el sólido metal del saber.

El germen de aquellos viajes fue la ruta por los principales museos de Alemania, Italia, Austria y Francia que el propio Luis había completado en bicicleta entre 1955 y 1956, como recordaban el jueves en La Voz Alfredo Erias y Alberto López.

Monteagudo fue un hombre del Renacimiento. Arqueólogo y filólogo, lo sabía todo sobre arte y tocaba maravillosamente el piano. Con mucho humor recordaba una visita al Museo de Historia Natural de Viena en compañía del director, que presumía de melómano. Allí había un piano que el coruñés empezó a tocar ante el asombro de su acompañante, que quiso irse de listo: «¡Ah, reconozco esa obra, es del padre Soler!». «No, es mía», replicó Luis.

Como buen investigador gallego tuvo que labrarse fuera su prestigio ?¿les suena??. El corpus principal de su obra está en alemán, y en ese país trabajó para varias instituciones. En nuestra tierra fue director del Arqueolóxico de A Coruña hasta que envió una carta incendiaria al Ayuntamiento para quejarse por la celebración de una fiesta en el museo. Lo mandaron al Museo das Peregrinacións, en Santiago, en una decisión política. Y ahora que, libre ya de cortapisas terrenales, vuelve a salir de viaje en La Burra con Luis Freire y Landrove para visitar castros y descubrir mámoas, no estaría de más que otra decisión política, más acertada, le otorgase el reconocimiento que Galicia le debe.