
Es muy bonito descubrir de repente hay quien vive ahora en la otra punta del país y te recuerda que una crónica escrita por un compañero
23 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Tiende una a escribir pensando en los vecinos que están más cerca. En los que pueden compartir experiencias cotidianas, los que conocen las esquinas de las que hablamos en este recuncho del periódico, quienes conviven en el mismo barrio o toman café en el mismo bar, llevan a los niños al mismo parque o sufren el mismo tráfico. Y puede parecer una perogrullada, pero es muy bonito descubrir de repente hay quien vive ahora en la otra punta del país y te recuerda que una crónica escrita por un compañero la ha llevado directa a su adolescencia coruñesa (ocurría con una de las últimas de Javier Becerra). María se ha creado una alerta que la avisa en el móvil cada vez que se publica la etiqueta #crónicascoruñesas. Y así se lanza de cabeza para leer la maravilla de texto que ha parido Luís Pousa, o ese personalísimo ritmo de la ciudad que capta cada semana Sandra Faginas, o ese fogonazo de actualidad que ha escrito Alfonso Andrade.
¿Habrá más coruñeses espallados por el mundo con la misma alerta que María? Los que encienden el móvil por la mañana y se asoman a la ciudad en la que nacieron, crecieron, lloraron y rieron, trabajaron, en la que aterrizan de verdad o de forma virtual cada vez que pueden. Coruñeses que tal vez se pierdan el maravilloso olor del papel pero que pueden recordar los sonidos, las voces, los colores de la ciudad, a través de una pantalla. La nostalgia maneja mecanismos extraños. ¿Se puede echar de menos algo que no existía antes?
Este mes se cumplen 19 años desde que me fui a estudiar a Madrid. Entonces no había etiquetas más que en la ropa, aplicación era lo que te pedían tus padres en los estudios, el periódico lo leías en la facultad o en la cafetería, o cuando por fin abrían el metro antes del amanecer, alguien afanaba un diario en un quiosco camino de casa. Pero ninguna de aquellas páginas robadas te hablaba de tu barrio, de tu adolescencia entonces no tan lejana, de los nombres propios de tu ciudad, de la memoria compartida con los amigos que se habían quedado en casa. Este fin de semana, en los poquísimos ratos muertos que nos ha dejado el aniversario madrileño, de Chamberí a Barajas se colaba esta esquinita del mundo que compartimos en las páginas del periódico. Visto con casi dos decenios de distancia, en realidad en aquel momento no necesitábamos alertas que nos devolviesen a casa. Madrid era casa entonces y las alertas eran las cartas que venían con matasellos, las llamadas de teléfono. Pero siempre había un recorte, un titular que te leían, que te devolvía de golpe a ese barrio compartido con tu familia, con tu gente. Como a María le llega ahora su alerta, su etiqueta, su pedacito de ciudad.