
Enemigo invisble
El pitido constante que reproducía aquel monitor, le impedía dormir. Sabía que aquella enfermera había vuelto para comprobar sus constantes vitales. No era necesario que le comunicara el parte médico, sabía perfectamente cuál era su estado. A cada minuto que pasaba, su respiración se tornaba más pesada, ya no soportaba aquella opresión en sus pulmones. Dejó de luchar cuando notó en su rostro la mano de aquella joven, se rindió ante aquel enemigo invisible que había invadido su cuerpo. Su último esfuerzo lo empleó para apartar de sus fosas nasales aquel olor tan peculiar, el que le recordaba que se encontraba en la habitación de un hospital, entonces, aspiró profundamente la fragancia de aquella joven, que le recordaba al olor corporal de su estimada nieta. Aquello le produjo serenidad, precisamente la que necesitaba para iniciar su último viaje. Su mente se negaba a desfallecer sola, sin la compañía de los suyos, por eso se convenció de que aquella criatura era sangre de su sangre. Antes de exhalar su último aliento, pronunció el nombre de su nieta en un susurro ahogado. Aquella enfermera intuyendo cuál era su última voluntad, se abrazó a la anciana diciéndole: Te quiero, abuela. Lola Salmerón. Barcelona
Madrileños en la ciudad donde nadie es forastero
Con las fases de la desescalada, cada vez se está oyendo más el temor que parece que supondrá, en una etapa final, el movimiento de madrileños a segundas residencias o a pasar sus vacaciones en ciudades costeras como A Coruña. Soy una coruñesa que vive en Madrid, pero que con ilusión espera el momento de poder ir a ver a su familia y amigos. Sabemos que son momentos complicados, pero espero que A Coruña, ciudad que adoro y de la que estoy orgullosa, reciba con los brazos abiertos a las personas que estamos deseosas de volver a sus calles para poder seguir disfrutando de esta maravillosa urbe. Con toda la cautela y prevención que se pueda requerir, será el mejor momento para demostrar que A Coruña es la ciudad donde nadie es forastero. Gracias Coruña!. Gloria Saavedra. Madrid.
Un virus feliz
A ver si pasa pronto esta extraña situación porque más de una vez se siente el ridículo de hablar al viento. Es como una necesidad de contar lo que te pasa por la cabeza, así, sin otros filtros que los de la circunstancia, por lo que se dicen más tonterías de las habituales. Si la condición humana no muestra mayor inteligencia, vamos a seguir en estas condiciones o peor. El virus se va a sentir tan feliz entre nosotros que no dudará en traer a todos sus parientes, aunque tengan que cruzar el mismísimo Himalaya. La gente invade literalmente las terrazas sin mascarilla ni distancia. Grupos de jóvenes absolutamente seguros de sí mismos se juntan desafiando a la infección. También hay quienes peinan canas charlando en medio de la acera. Se puede argumentar que no es obligatoria la mascarilla en una terraza. Pero si se está en grupo es muy aconsejable aplicar sentidiño al tema. A este paso los gobernantes van a tener que ponerse de acuerdo para inventar la ley del sentido común, esa que se supone nos viene de serie. Nos pueden dar las uvas con virus y leyes. Marisé Vilasuso. Vilaboa.
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