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La cascarilla, una delicatesen de origen humilde difícil de comprar

Elena Silveira
Elena Silveira A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

Pocos locales coruñeses venden la piel que recubre la semilla del cacao, usada desde antiguo como sucedáneo de chocolate

28 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A principios del siglo pasado la ciudad estaba llena de fábricas de chocolate y la burguesía se acomodaba en los veladores si no hacía excesivo frío para tomarse un chocolate caliente. Por aquel entonces, igual que el café, el cacao era un producto que solo se podían permitir los que tenían recursos económicos y en las casas de los coruñeses más humildes lo que se consumía era la cascarilla, la cáscara del cacao, infusionada en agua o en leche.

«En 1960 todas las casas olían a cascarilla. Recuerdo que yo la solía tomar en la casa de una tía, y como la cascarilla era un poco amarga, había que endulzarla. Y ella me decía: ‘Cuidado no le eches tanto azúcar...'. Claro, es que el azúcar también era caro». Javier Mosquera, uno de los dueños del ultramarinos Casa Cuenca (Marqués de Pontejos, 5), explica que, ahora, la cascarilla es más cara que el chocolate, y lo que antes era un producto más bien humilde, ahora se ha convertido en un artículo de lujo. «Porque no hay. Es muy difícil de conseguir y que sea un producto de calidad. Nosotros encontramos un importador de Valencia que trae el cacao de Brasil y, cuando tiene mercancía se la pedimos».

De hecho, en A Coruña ya hay pocos sitios donde se pueda comprar cascarilla además de Casa Cuenca. «Ves que alguna cafetería anuncia que tienen cascarilla y puede que alguna chocolatería, pero cada vez hay menos». José Manuel Vilar, de la tienda delicatesen La Fe Coruñesa, explica que los consumidores de cascarilla son clientes fieles, y que el consumo de este producto pasa de generación en generación. «Nos han venido a comprar cascarilla gente de todas las edades, desde muy mayor a jovencitos que desde niños la tomaba en casa de sus abuelos y siguen con la costumbre. Es gente enamorada del producto y de la tradición», indica.

José Manuel confirma que, con la llegada de la pandemia del coronavirus tuvo que cerrar el negocio situado en Riego de Agua, 8. Abrió durante el verano pero, al no haber turismo y con los rebrotes de la segunda ola, volvieron a cerrar. «Tal y como está la situación, no sé si merece la pena seguir con el negocio, porque no hay gente por las calles y con las restricciones....». En todo caso, sigue operativa la tienda on line y ahí sí se puede comprar cascarilla. «Durante un año y medio estuve buscando un proveedor que tuviera mercancía de calidad. Lo encontré en los Países Bajos. El problema es que las fábricas de chocolate compran la materia prima, el cacao, ya elaborado y, por lo tanto, no la manipulan y ya no tienen cascarilla», explica José Manuel.

En Venezuela se deshecha

Roi Altuve, responsable de la empresa de importación de cacao Altuve Galiven, con sede en Ames, se sorprende del aprecio que tienen los coruñeses por este producto: «Nosotros somos venezolanos y llevamos cinco años en Galicia. La verdad es que no hemos explotado esa rama del negocio porque vemos que no hay mucho mercado y desconocíamos la tradición que había en A Coruña. Además, allá, en nuestro país, la cascarilla es algo que se deshecha, que no se le da valor. Es algo parecido a lo que pasa con el mango: en Venezuela ya nadie lo quiere, pero en el mercado europeo tiene muy buena salida», indica.

Javier Mosquera, desde el mostrador de Casa Cuenca, confirma que la cascarilla, aquello que se tiraba después de tostar las pepitas del cacao, es ahora más caro que el chocolate. Él vende una bolsa de 300 gramos a 3,5 euros, pero en Internet la misma cantidad llega a los 20 euros.

CESAR QUIAN

Cascarilleiros, un apodo asumido con orgullo y con olor a tradición

«Algunos coruñeses todavía no saben por qué nos llaman cascarilleiros. El periodista Vituco Leirachá, que era una enciclopedia andante, paraba mucho aquí y siempre contaba el origen de este apodo que nos pusieron los de Ferrol y de Santiago». Javier Mosquera dice que Leirachá era capaz de hacer viajar a su interlocutor a principios del siglo pasado, cuando grandes buques mercantes descargaban cacao para surtir a las fábricas y tiendas de chocolate que había por toda la ciudad. «Él contaba que en la época de la posguerra aquel cacao venía de Guinea y que en las propias chocolaterías hacían el trabajo de separar el grano de la capa fina que lo recubre». Recuerda que el periodista coruñés le contaba que antiguamente el puerto estaba abierto a todos los ciudadanos, no como ahora, y que la gente entraba y recogía la cascarilla que quedaba por allí. «Es decir, los ricos tomaban el cacao y la gente humilde, la cascarilla». Y aunque el apodo de cascarilleiros que inicialmente se les atribuyó a los coruñeses tenía un cierto tono de desdén (por aquello de aparentar consumir lo que económicamente no se podía adquirir), ahora se asume con orgullo e inspira helados, cócteles, sabores de cervezas, recetas de postres que llegaron al Madrid Fusión e, incluso, el título de un disco de La Banda del Camión.