Alejandro Ferrio: «En Navidad hay días que hacemos 4.000 sándwiches»

A CORUÑA CIUDAD

Alejandro Ferrio Rodríguez, propietario de la confitería-pastelería Ferrio de la ronda de Outeiro, en A Coruña
Alejandro Ferrio Rodríguez, propietario de la confitería-pastelería Ferrio de la ronda de Outeiro, en A Coruña EDUARDO PEREZ

La receta de sus productos más famosos tiene unos setenta años

07 nov 2021 . Actualizado a las 09:07 h.

Me cuenta todos los detalles de sus míticos sándwiches. «Nosotros no escondemos nada. Hoy en día no hay secretos. Lo único que no se puede copiar es el toque personal», asegura Alejandro Ferrio Rodríguez, propietario de la confitería-pastelería de la ronda de Outeiro que lleva su apellido. «Aunque suena a italiano mi padre era de Muxía, en concreto de Vilarmide. Y mi madre asturiana de Arriondas. Se conocieron en Buenos Aires, se casaron y montaron una pastelería. Después tuvieron otros negocios similares. A principios de los ochenta, cuando las cosas empezaron a ponerse mal, nos vinimos. Llevó aquí 40 años y estoy casado con una gallega. No me gusta el fútbol, así que de argentino me queda que hago el asado bastante bien», apunta sonriente. Charlamos en el coqueto café Ajetreo de la plaza de As Conchiñas, a pocos metros de su negocio, que el año que viene cumplirá cuatro décadas. «La receta de los sándwiches es la misma que mi padre utilizaba en Argentina. Debe de tener unos sesenta años», asegura.

Con tres tapas

Detrás del mítico sándwich de Ferrio hay un curioso trabajo artesanal que creo que es desconocido por los coruñeses. «Encargamos los moldes a un herrero y hacemos el pan todos los días. Se puede decir que es como un pan inglés. Lleva harina, agua, sal y levadura», comenta mientras me muestra la pieza de 9 kilos que sale tostadita del horno. Después le quitan la corteza con un cuchillo y dejan solo la miga. En una maquina con cuchilla eléctrica, pero que precisa la fuerza de una persona, van sacando las delgadas rebanadas con las que hacen los sándwiches de los que hay 14 variedades. «Lleva tres rebanadas finitas. A la primera le ponemos un poco de mantequilla batida que es muy ligera y encima el jamón cocido, que no de York. Otra tapa, un poco de mayonesa y a continuación el queso o tomate o lo que lleve y lo cubrimos con la tercera tapa. Es artesano total. La gente no sabe cómo lo hacemos, pero el único secreto está en utilizar buena materia prima y no cambiar nada porque sino el cliente lo nota enseguida. Tenemos fans de toda la vida. Un día normal vendemos 200, 300 o 400 unidades. Cuando llegan las fiestas es una locura. En Navidad hay días que hacemos 4.000», asegura. En el negocio los empleados son como de la familia y entre ellos está su mujer, Esther Blanco, de la que no se separa ni un minuto. «Es como si llevásemos casados 68 años porque llevamos trabajando uno al lado del otro 24 horas al día 34 años. Hasta los lunes, que es día que libramos, vamos juntos al gimnasio», afirma. Alejandro tiene 60 años, un hermano que regenta otra pastelería muy conocida, Waldo, y dos hijos de 32 y 24. El mayor es piloto y la pequeña estudió Farmacia. «Me parece que no vamos a tener relevo generacional. Este trabajo es muy esclavo. De nueve de la mañana a nueve y media de la noche. Además de los sándwiches, nuestras otras especialidades son los saladitos, el pastel pequeño y las tartas para todo tipo de eventos», comenta.

Pasión por el trabajo

Es de los que disfruta con su trabajo y del resultado del mismo. «No todos los días, pero sí muchos, me llevo sándwiches para casa y los ceno. Me encantan. El de jamón y tomate es mi favorito y el que menos me gusta es el que lleva aceitunas. Se puede decir que los como todos los días porque de vez en cuando los pruebo. Soy el que hago el control de calidad», confiesa sonriente. Recuerda los inicios en la ronda de Outeiro, cuando llegaron a tener cafetería. Ahora el local, uno de los más grandes de la zona, se mantiene con la misma decoración de siempre. Aquí no cambian la receta ni nada. Aunque asegura que su trabajo es muy esclavo, de vez en cuando encuentra tiempo para lo que realmente le gusta. «Soy motero. Me pego mis paseos y me sienta muy bien. Otra cosa que siempre me atrajo es el mundo de los caballos y mis hijos montaron», comenta este hombre con un apellido con sabor italiano, pero que en A Coruña desde hace 40 años sabe a fino y jugoso sándwich de tres rebanadas.