
La evolución urbana del centro histórico desde el siglo I a.C., hilada por los yacimientos arqueológicos
17 ene 2022 . Actualizado a las 15:23 h.Tres mujeres coruñesas con antepasados norteafricanos encontraron el descanso definitivo hace 1.600 años debajo del pavimento de la calle Real donde los vendedores subsaharianos montan sus puestos. Tenían entre 18 y 35 años, eran bajitas y sus esqueletos hablaron por ellas de los partos y penalidades que las llevaron a la tumba en lo que entonces era un arrabal de Brigantium.
Cerca de donde las encontraron, una lápida funeraria con la inscripción «exactor» (cobrador de impuestos) habló de la pujanza del puerto romano en el siglo II, que contaría con una statio o aduana para el tráfico de mercancías.
Y solo 300 metros más allá, en el centro financiero actual, sondeos previos a la construcción de la sede de Afundación sacaron a la luz la expresión del lujo romano. Una villa en primera línea de playa organizada en U alrededor de un patio columnado con una docena de estancias, paredes decoradas con estucos y una sofisticada colección de terra sigillata —la vajilla fina de las grandes mesas imperiales— que abarca buena parte del período romano en A Coruña.
Es posible, a la luz de las cronologías, que las tres trabajadoras y el recaudador —quizá un esclavo liberto como Regino, dedicante de un ara descubierta en la calle Tabernas— conociesen esta espléndida villa, construida en el siglo I y ocupada hasta el VI, según el director de la excavación.
No hay muchos yacimientos romanos de la importancia de estos tres —Torre aparte— y menos en la Ciudad Vieja donde se fundó el asentamiento entre el año 40 y el 65 después de Cristo. El suelo allí tiene poca profundidad, el trajín humano que registró durante 2.000 años complica el hallazgo de estructuras o materiales esclarecedores, y el tamaño de las parcelas limita el estudio.
Si una comunidad de vecinos de la calle Zapatería, Damas o Sinagoga quiere instalar un ascensor está obligada a pagar un sondeo arqueológico del que muy probablemente saldrá información sobre el pasado de la ciudad. Pero aparezca lo que aparezca, allí donde empieza el solar de al lado termina la prospección y con ella la posibilidad de explorar un área más amplia que ayude a interpretar lo hallado. Está ocurriendo en Santo Domingo 6, el lugar donde afloró la estructura más antigua de la Ciudad Vieja, datada en el siglo I a.C. Ya no es Brigantium, sino el núcleo que la precedió, anterior a la escritura, el origen de A Coruña.
Un pequeño tramo curvo de un metro de grosor debajo de un pavimento romano en el borde del jardín de Capitanía es todo lo que se conoce: habría que invadir propiedades colindantes para saber más. Basta para afirmar la ocupación de la Ciudad antes de la conquista romana, como también atestigua el análisis de fragmentos de cerámica galaica y de importación mediterránea excavados en el número 17 de la calle Príncipe y en otros yacimientos, menos consistentes, dentro del núcleo histórico. El castro de Elviña tendría una organización política compleja capaz de establecer un satélite en el abrigo de O Parrote, dedicado al intercambio comercial y a actividades de carácter simbólico con las tripulaciones recién llegadas.

El cambio de era trajo una cultura, una Torre y un idioma. Roma tomó posesión del territorio manu militari pero recreó usos antiguos. La iglesia de Santiago, en cuyo entorno aparecieron aras votivas de Neptuno, Júpiter y Fortuna, es según algunas voces la versión cristianizada de un templo anterior dedicado a una deidad del mar. María Pita, la plaza del Parrote, Tabernas o Amargura dieron estructuras y materiales reveladores. Y persiste el enigma de los supuestos arcos del embarcadero romano que parece apreciarse en algunas fotos antiguas del Parrote, debajo de la Solana actual.
Lo siguiente es un silencio que llega al siglo XIII, a pesar de que el vicus nunca llegó a abandonarse. En 1208 se funda la ciudad y no mucho más tarde, si no antes, nace el convento de San Francisco. Sus ruinas, con vistas a la ría, constituyen hoy un yacimiento arqueológico de primer orden, solo superado por Elviña y la Torre. Sede de la corte de Carlos V, cobijo de reyes, nobles y menesterosos, su altísimo valor patrimonial convive con el respeto a las tumbas de los que allí se quisieron enterrar. No parece que se vaya a cumplir la orden de «¡que me quiten de aquí esas piedras!» que dio un capitán general de Galicia después de la Guerra Civil.

De la ciudad medieval quedan dos tramos de muralla y una pequeña puerta en el ámbito del jardín de Capitanía. A menos de 100 metros el hilo arqueológico lleva a la calle Sinagoga, al siglo XV, a la casa de la familia hidalga de los Vilouzás donde ha aparecido un aljibe que podría ser en realidad un baño de purificación judío. Se sabrá cuando se excave. A su favor, la descripción de Pardo Bazán sobre el «manantial de agua clara» que brotaba en la casa, requisito de la ley judía para un mitve.
Todo el sistema defensivo de la ciudad iba a empezar a cambiar un siglo después, a finales del XVI, cuando el corsario Drake incendia la Pescadería y obliga a la Corona a reformular la seguridad con el Frente de Tierra en Juana de Vega y los baluartes de Pelamios, Santa Bárbara y San Vicente, alrededor de la Ciudad Alta, hasta su encuentro con San Carlos. En el XIX se terminan las murallas. Ártabros, fenicios, romanos, suevos, hombres del Norte, judíos, ingleses y afrancesados habían pasado por la ciudad.