1922, un año decisivo

Pedro Feal A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

El obelisco y los Cantones, en 1922
El obelisco y los Cantones, en 1922 ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

En ese año tuvieron lugar hechos que habrían de ser muy importantes para la historia del mundo

08 feb 2022 . Actualizado a las 16:51 h.

1922 no fue un año cualquiera: en él ocurrieron algunos hechos que habrían de ser decisivos para la historia del mundo. En el orden político destacan el inicio de varios liderazgos de largo alcance: en primer lugar, el de Stalin, quien el 3 de abril de ese año fue nombrado secretario general del Comité Central del Partido Comunista ruso, y que, desbancando a un enfermo Lenin, acabaría asumiendo el poder absoluto en una URSS que se constituyó como tal, con ese nombre (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) el 30 de diciembre.

A finales de octubre y en Italia, se producía otro ascenso meteórico y de graves consecuencias: el de Benito Mussolini, nombrado jefe de gobierno por el rey Víctor Manuel III tras la marcha fascista sobre Roma del 27 del mismo mes. Y a principios de noviembre, se daba por finalizado el secular imperio otomano, con la marcha del último sultán y el acceso al poder del general Atatürk, considerado el creador de la Turquía moderna. También hubo nuevo papa, Pio XI, elegido el 6 de febrero, tras la muerte de su predecesor Benedicto XV en enero; significativamente, en su primera encíclica, publicada ese mismo año, haría un llamamiento a la paz en Italia y en el mundo.

Alemania se hallaba en «quiebra internacional» tras las penosas condiciones de su rendición al término de la Gran Guerra, y esa situación era un caldo de cultivo para el extremismo nacionalista y el revanchismo que más adelante ocasionarían el auge del nazismo.

España, por entonces una monarquía parlamentaria en la que todavía no había comenzado la dictadura de Primo de Rivera (instaurada al año siguiente, 1923), era beneficiaria de la neutralidad mantenida en el reciente conflicto mundial, pero se desangraba, económica y sobre todo humanamente, en la segunda guerra de Marruecos, también llamada guerra del Rif, que agudizó el malestar y la división de la sociedad española, abonando el terreno para el posterior enfrentamiento civil.

1922 fue además el año del establecimiento de la República de Irlanda y de la independencia de Egipto respecto a la dominación británica, mientras que, en cambio, Gandhi, en la India, era condenado a prisión por alentar la desobediencia civil frente a las autoridades coloniales. También en Egipto, en los últimos meses del año, fue descubierta y excavada la tumba del faraón Tutankamón, uno de los hallazgos arqueológicos más importantes jamás realizados, que tuvo entonces una gran repercusión mediática y que quedó envuelto en un aura de misterio por el destino trágico de varios de sus protagonistas.

Precisamente la moda egipticista y orientalista desatada por descubrimientos como este alentaron el movimiento art déco, que poco a poco iría ganando terreno a lo largo de la década de los veinte y los treinta. Un estilo suntuario, refinado y elitista, historicista y ecléctico, al que no sería del todo ajena la factura externa de La Terraza coruñesa ni, probablemente, su mobiliario interno desaparecido. En la música popular iban ganando terreno los nuevos ritmos americanos como el jazz y el foxtrot (del que saldría, como una variante, el charlestón, que arrasó a partir de la melodía homónima compuesta por J.P. Johnson en 1923), además del tango, que sin duda se bailarían innumerables veces en las pistas de La Terraza, sin excluir otras danzas más tradicionales como el vals, el bolero o el pasodoble. En el cine, arrasaba por entonces el galán Rodolfo Valentino; en la ópera sobresalía el tenor Miguel Fleta (quien moriría en A Coruña en 1938). En el campo de la literatura, ese mismo año se produjeron dos eventos de máximo nivel: la publicación, el 2 de febrero, del Ulysses de James Joyce, llamado a revolucionar la novela contemporánea; y la muerte el 18 de noviembre, a la edad de 51 años, de Marcel Proust, tras haber culminado su obra maestra En busca del tiempo perdido, varios de cuyos volúmenes se publicaron póstumamente.

Cabe señalar, por otra parte, algo que ahora podemos entender bien: tras varios años de asedio de la llamada gripe española, comenzada en 1918 y que hasta 1920, en ausencia de vacunas y antibióticos, había ocasionado más de cincuenta millones de muertes en todo el mundo, la población por fin podía respirar tranquila, lo que, sumado a la prosperidad que la paz trajo a los países ganadores de la guerra —y que indirectamente benefició a los neutrales como el nuestro— desataría en ellos la euforia económica y vital que habría de dar origen a la denominación de «felices»  —o bien de «locos»— a los años que siguieron, sin reparar demasiado en las sombras totalitarias que asomaban por el horizonte de la política internacional ni en la acuciante y explosiva desigualdad social de la época.

Como se puede apreciar por lo anterior, la inauguración y apertura al público de La Terraza, justo en el ecuador temporal de aquel 1922, se produjo en el contexto de una circunstancia mundial y nacional caracterizada por grandes cambios históricos dentro de un revuelto aunque creativo período de entreguerras en el que el optimismo y las ganas de vivir afloraban con fuerza eclipsando acaso la preocupación latente por un futuro tan inquietante como incierto.