Huele a chocolate, señor Dahl

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

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Menos mal que Alfaguara ha tranquilizado a los lectores en castellano y nos promete quedarse con los originales

01 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En mayo de 1986, una tal Concha me regaló Charlie y la fábrica de chocolate. La semana pasada, con el susto en el cuerpo provocado por la editorial británica que va a suavizar los textos de Roald Dahl, busqué mi viejo libro con sus cantos naranjas y las antiguas ilustraciones de Faith Jacques. Allí estaba la dedicatoria, Para Antía, de Concha. ¿Quién era esta mujer que me regaló Charlie y con él una historia de amor con Dahl que es de las más largas que he vivido? Nadie en mi familia lo sabe, así que no puedo contarle que ya estaba dispuesta a buscar en todas las librerías de viejo de la ciudad o en la biblioteca de Durán Loriga aquellas primeras ediciones de Alfaguara para que el retaco no tenga que pasar por la solemne estupidez de leer una versión edulcorada de Cuentos en verso para niños perversos, o una Maravillosa medicina de Jorge en la que Jorge no quiera cambiar a su abuela porque es un espanto.

Menos mal que Alfaguara ha tranquilizado a los lectores en castellano y nos promete quedarse con los originales. Porque Charlie se ha convertido en el primer libro por capítulos que leo al retaco, que tras las primeras páginas dijo algo que nos emocionó a los dos: «Mamá, es que huele a chocolate». No es la primera vez que su imaginación vuela con un cuento, pero sí la primera que es consciente de que no solo puede visualizar a su propio Willy Wonka, sino que una buena historia te puede hacer oler la fábrica más famosa del mundo sin salir de tu habitación. Leemos cada noche un par de capítulos y no hay uno que no provoque risas, un «oooh» o un «¿podemos leer otro?». Charlie, Matilda, la Gran Bruja, son patrimonio de los niños. Y el que no quiera leer a Dahl, que nos lo deje a los demás.