Escarapotes en el Orzán

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

JOSE MANUEL CASAL

Un latigazo en el dedo que me hizo cojear de la orilla a la caseta de los socorristas preguntándome si aquello era una picadura o un dedo roto

28 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en el que las fanequeras se vendían en Tojeiro. En mi entorno nadie usaba escarpines ni llamaba cangrejeras a aquellas horribles sandalias de goma. No se vendían modelos hechos en piel en las tiendas estilosas, ni salían en Instagram. No las había en preciosos tonos pastel, hechas de caucho suave, para los niños. Entonces eran duras, a nadie le parecían bonitas, y algún verano te tocaba llevarlas a la playa porque los amenazantes escarapotes hacían de las suyas... en la misma playa donde hace dos días apareció una ballena jorobada.

No conocías a nadie a quien le hubiera picado un escarapote, pero siempre había una tía que conocía al hijo de alguien que le había picado uno. Y un listado escatológico de remedios contra el terrible dolor, por supuesto. Todas aquellas fanequeras espantosas no sirvieron de nada, o se usaron en el lugar equivocado: me han picado ya dos veces, adulta y confiada, con sus diferentes nombres y latitudes, con marea baja y alta. En O Grove una faneca, y en el Orzán un escarapote. Este último en el primer baño de este verano, el pasado jueves. Un latigazo en el dedo que me hizo cojear de la orilla a la caseta de los socorristas preguntándome si aquello era una picadura o un dedo roto. Es un escarapote, dijeron los socorristas, y mientras me ponían el pie en agua caliente, me contaban que están atendiendo una media de tres picaduras al día. Aquel jueves, la mía fue la primera. Veinte minutos me tuvieron allí, amabilísimos, explicándome sus turnos, con el pie a fuego lento hasta que pude mover el dedo. Con lo buena que está el agua hoy, pensaba, que en la vida había podido entrar en el mar del Orzán sin pensarlo dos veces ni sentir que se congelaba la circulación.