
El propietario de las jamonerías El Pinar presume de cuidar a su clientela con excelentes pinchos
08 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Lleva toda la vida bajo jamones. «Soy incapaz de perder la tradición de los jamones colgados en mis locales. Nos criamos en medio de este paisaje. A la gente le gusta. Vendemos muchísimo a los cruceristas que vienen en los barcos. Piden ‘the best‘ jamón ibérico envasado al vacío. Saben pedir cinco jotas o pata negra. Se nota mucho en la caja y le dan mucha vida a la ciudad», comenta Francisco Javier Iglesias Barca en esta semana en la que hubo abarrote de visitantes que llegaron en trasatlánticos. Es el propietario de las jamonerías El Pinar. El primer negocio bajo este nombre lo abrió su padre, José Iglesias Lorenzo, en 1965 en la calle Alameda y ya cerró. Javier regenta el de Río Monelos, el de la plaza de San Pablo y el Rey del Jamón de la calle de la Franja. «Este es el más antiguo, de 1956. Era de mi tío y cuando se jubiló habló conmigo para que siguiese en la familia. Hay otro en el Paseo de los Puentes que lleva mi hermano y también tuvimos en la ronda de Outeiro que cerramos en su día». Reconoce que el negocio le va bien y dice que «entre todos los locales vendemos unos cien jamones a la semana. Los que más rotación tienen son los de Salamanca y el granadino, y lo que más vendemos es el bocadillo de jamón con tomate caliente. Creo que el secreto es que restregamos el tomate en el pan», confiesa Javier, que también apunta a otro aspecto como clave del éxito.
Charlamos en el negocio de la renovada calle Río Monelos de Cuatro Caminos. «Es el que más factura, a pesar de que los otros están más céntricos. La reciente reforma de la calle nos vino muy bien», destaca este empresario de 59 años y tres hijos de 25, 22 y 16. El mayor está en Australia y allí vende embutidos bajo la marca IbericoSidney. «Le mandamos jamón de cebo entero y deshuesado y de bellota laminado, de otra manera no se puede. Allí tiene un puesto fijo y también va a eventos con los embutidos, conservas gallegas y quesos. Cuando se le acabe el visado igual vuelve y quién sabe si le apetece dar continuidad a las jamonerías. Tenemos 25 empleados y este tipo de establecimientos tiene futuro». Nos traen un plato con dos trozos de pan generoso con unas lonchas de jamón, queso, y chorizo. Y no porque esté sentado con el jefe. «Fuimos de los primeros en dar pincho con la consumición. Mucha gente nos decía que íbamos a perder dinero, pero es todo lo contrario. A la clientela hay que mimarla y apretar al proveedor, esa es la clave. Además es una forma de dar a conocer el producto que tienes a la venta. El 40 % de lo que vendemos es para llevar», analiza.
Me cuenta que jugó mucho al fútbol. «Cuando la rodilla dijo basta, empecé en la Solana. Hago lo que puedo y mi hijo me metió en lo de la calistenia», destaca. Se le ve en forma. «Llevo desde pequeño comiendo jamón y embutido a diario y el colesterol me da bien. Eso sí, hago bastante deporte», comenta sonriente.
Su producto estrella es el jamón (lo que más vende junto con la cerveza) y después el lomo, los quesos y los chicharrones. «Creo que los hacemos muy ricos, pero no es algo que debas comer todos los días. De lo que ofrecemos al público, lo único que no me gusta es el salmón ahumado. No lo puedo ni ver ni oler y se vende muy bien», confiesa. El local en el que hablamos lo reformó hace poco, pero sin perder la esencia. «Vamos cambiando un poco la decoración, pero los jamones siguen colgados ahí. Incorporamos otro tipo de panes como las piadinas, pero la base la mantenemos intacta», asegura. Antes de despedirnos insiste en las claves del éxito. «Sacrificio, apostar por la calidad, dar buen trato al cliente y rodearse de buen personal. Estamos formando a chavales jóvenes que trabajan muy bien. Y solo queda que la gente hable bien de ti», asegura Javier mientras apuro lo que queda del pincho gratuito.