
Dos perfiles se enfrentan en una zona que busca su identidad en la ciudad: esos tenderos que resisten y casi ni saben cómo y los que aterrizan con ganas de comerse el mundo
03 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Hay dos Españas —o dos Coruñas— que se juntan a diario para tomar un pincho de tortilla en Pontejos. Desde la calle Marqués de Pontejos se puede ver a los trabajadores batiendo huevos con holgura y frenesí; desde Pío XII a modernísimos millennials mezclarse con «Señoras que...» para disfrutar del manjar. Es en este bar donde convive la vanguardia a la que ponen cara Varaston, Austrohúngara, D-Raíz o Pazio, y la tradición de Casa Cuenca, la cuchillería Vecino o la Peluquería de señoras Daniel, que tiene la decencia de mantener intacto su rótulo pese al machaque de los anglicismos más cool. También hacen pausa para el café los tenderos de ese mercado que tiene con el barrio una relación a veces tóxica: ofrece dopamina a base de promesas que, de momento, apenas ha puesto en práctica.
Pontejos es también punto de encuentro y desencuentro. Los mayores tienen una visión algo más trágica de una zona que los jóvenes consideran, sin miedo al rubor, «el Soho coruñés». Y que se mide sin complejos con la regia y mainstream plaza de Lugo. La opinión de los primeros es fruto de un cansancio comprensible y, la de los segundos, de unas ganas incombustibles de comerse el mundo.
Darío lleva diez años trabajando en la tintorería Perú. La tienda está en la calle Varela Silvari, una vía que, si te sitúas en un punto estratégico, permite ver una mercería, una cuchillería y Moda Las Escaleras: una cápsula del tiempo que guarda imágenes de todos los colores. «Yo he visto pasar por aquí muchos negocios, que duran dos años, pero al final salvo los de hostelería pocos resisten», cuenta este empleado, que dice que la tintorería entiende mucho de meses, siendo especialmente buena la primavera y el verano —épocas del sí quiero—, y más fría (sic) el invierno. De la remodelación del mercado ni quiere hablar porque es de la ley del ver para creer, pero invita a que nos cuente su opinión Javier Vecino, que lleva un cuarto de siglo rodeado de cuchillos, zuecos y menaje en la ferretería que lleva su apellido.

Sin demasiada fe en que el mercado pueda ser el revulsivo definitivo que necesita el barrio —«aquí el único que funciona de verdad es el de la plaza de Lugo», sentencia—, piensa que ha sido la hostelería la que ha hecho un efecto llamada que ha atraído a residentes de otros distritos a San Agustín. Pone el acento en la Pulpeira de Melide porque cree que, además, arrastra muchos turistas, provocando el efecto dominó que acaben comprando cuchillos en su tienda. «Trabajo mucho extranjeros; pero bueno, también clientes de toda la vida. Aunque me encantaría que este barrio despuntase, creo que podría seguir funcionando bien tal como están las cosas», comenta Javier.




De vuelta a Pío XII, pasando delante de esos locales que empiezan a echar raíces en la zona exterior del mercado de San Agustín —Votanikals, por ejemplo, la tienda de flores que abrió el pasado noviembre—, los amantes de la moda sostenible tienen una parada obligada en D-Raíz. Las prendas con nombre propio, el de Felicidad Pérez, se abrieron hueco en este barrio en el 2019 «porque siempre le vi posibilidades a esta zona, aquí empezó a concentrarse mucho talento y negocios diferentes, tenía potencial», dice esta artesana, que tras varios años en el barrio tiene alguna que otra demanda: más zonas verdes y una apuesta por la peatonalización que no ha llegado a la calle donde tiene su negocio.
Jana López también usa el término «potencial» para referirse a este enclave herculino. Hace siete años que Austrohúngara se instaló en la Estrecha de San Andrés, pero tuvo que mudarse a Marqués de Pontejos para ganar espacio. No se le pasó por la cabeza renunciar al que considera su barrio y buscar local en otra zona. Al fin y al cabo, «durante estos años se han ido abriendo negocios muy interesantes y la zona cada vez tiene más vida y más proyectos. Todos esperamos que siga creciendo con las mejoras en el mercado y la apertura de los establecimientos del exterior», analiza esta emprendedora.

San Agustín y San Nicolás son hermanos mellizos, y como explica Anxela Rodríguez, «los del barrio hacemos vida aquí: tomamos el vermú en el Valentín, compramos en el mercado de San Agustín y, por suerte, muchos vienen a por flores a Bendita». La responsable de Bendita Flor se instaló en la plaza de San Nicolás —pero calle San Agustín— hace tres años. Y para ella todo han sido ventajas.
Tras regentar una floristería en Orillamar, indica que factura tres veces más que antes, tiene una clientela fiel y se siente muy identificada con el perfil de residentes del barrio. «La plaza de Lugo es el lugar donde parece que hay que querer estar porque es una zona con consumidores de poder adquisitivo alto; pero aunque no quiero que quede snob me parece que aquí hay gente muy cool, con muy buen rollo y que, en definitiva, hacen que estas calles tengan un encanto especial». Dice que cada fin de semana el barrio es una fiesta a la que asisten vecinos y foráneos, y cree que esto solo acaba de empezar: «Los alquileres de locales y pisos aún no son como en Juan Flórez o la calle Real, pero es una zona de moda que va a seguir creciendo». Antes de colgar el teléfono, remata: «Yo lo tengo claro, San Agustín forever».