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La médica de toda la vida de Guísamo: «Esta profesión te enseña mucho si tienes tiempo para escuchar»

R. Domínguez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Teresa Pena Babío, médica de familia del centro de salud de Guísamo (Bergondo) tras 26 años de servicio público ininterrumpido en el punto de atención primaria
Teresa Pena Babío, médica de familia del centro de salud de Guísamo (Bergondo) tras 26 años de servicio público ininterrumpido en el punto de atención primaria ÁNGEL MANSO

Después de 26 años en el consultorio de  Bergondo y para disgusto de su legión de pacientes, la doctora Teresa Pena cuelga la bata

13 may 2024 . Actualizado a las 12:21 h.

El pasado 30 de abril, Teresa Pena Babío ( A Coruña, 1959), para muchos Maite, recogió una foto y el cartel que colocó hace ya un montón de años y se fue. «No use el teléfono móvil en la consulta, si no puede evitarlo, consúltelo al médico porque quizá tenga un problema que podamos tratar», se podía leer en su puerta del centro de salud de Guísamo. «A nadie le pareció mal, que yo sepa; lo puse sobre todo por los acompañantes, a alguno llegué a preguntarle si había visto el cartel, que podía tener una adición, e inmediatamente lo dejaban; a nadie se le ocurre ir al abogado, por ejemplo, y no parar con el teléfono», reflexiona esta médica de familia que, tras 26 años de trabajo, deja una honda huella en sus muchos pacientes de Bergondo. Dicen que siempre atendía con una sonrisa y se paraba con la gente, a pesar del altísimo cupo que llegó a atender.

—Estas cosas me abruman muchísimo. Estoy un poco en shock…

—¿Cómo vino a parar a Guísamo?

—Hice Medicina en Santiago entre 1975 y 1981 y al acabar me metí a lo que entonces se llamaba APD (médicos de asistencia pública domiciliaria). Estuve en Neda, en Vimianzo, Fisterra… Luego ya me vine para Guísamo con la intención de quedarme para siempre. Era el año 1998. Vivo desde el 2000 en Santa Cruz y no quería irme ni a A Coruña ni a ningún lado. Me pareció un sitio perfecto.

—¿Y se confirmó que lo era?

—Sí, sí. Hay muy buena gente aquí. En todo este tiempo, si tuve algún incidente, que ya ni me acuerdo, fue mínimo. Me va a dar mucha pena. Cuando llegué tenía pacientes que no llegaban a los 60 y ahora pasan de los 80. Cuando los ves envejecer se hace duro porque no es cualquier persona, los conoces muchísimo, a ellos, a sus hijos, a sus nietos… Conozco a familias enteras, con sus problemas, con sus traumas, que allí hubo muchísimos accidentes de tráfico por pasar la carretera general. Aquí haces realmente medicina de familia. No lo cambiaría por nada. He estado encantada y de verdad, me da pena..

—¿No se planteó seguir un poco más?

—Sí, lo pensé. Pensé seguir un tiempo, porque ahora tengo 65 y podía hacerlo, pero hay mucha carga asistencial, no me veía capaz y también hay que dar el relevo a los jóvenes. Yo espero, y se lo dije a mis pacientes, que venga alguien simplemente con empatía y con ganas de preocuparse por los demás. En las circunstancias en las que estamos hay mucha enfermedad psicológica, se necesita alguien simplemente dispuesto a escuchar e intentar hacerlo lo mejor posible.

—¿Cómo era el centro cuando llegó?

—A principios de 1998 el centro de salud era el mismo que ahora, pero yo lo abría a las ocho de la mañana y estaba sola hata las 11.30, cuando llegaba la enfermera, que entonces la teníamos compartida con Bergondo. Yo cogía el teléfono, aunque entonces no llamaban como ahora, y cuando llegaban los pacientes cogían número como en el supermercado. Y estábamos trabajando hasta las cinco de la tarde.

—Eso fue cambiando.

—Sí, poco después dejó de existir como servicio de urgencias el de Sada y pasó a ser PAC (punto de atención continuada). En ese momento pasamos a hacer el horario ocho a tres y las guardias de los sábados . Entonces la enfermera ya se quedó conmigo toda la mañana, no teníamos a nadie de personal. Se montó después en Bergondo y entonces cada mañana nos mandaban por fax la lista de citas de pacientes para mí y también los pacientes para la enfermera, hasta que hacia el 2001-2002 llegó mi maravillosa compañera Sandra Paradela Mosquera, la PSX (personal de servicios xerais), la única imprescindible. Ella conoce a todos, sabe qué enfermo viene con urgencia real, quién no… A la gente le digo que lo importante es que Sandra se queda. Están desconcertados y que ella siga les da algo más de tranquilidad, porque la conocen, sabe quiénes son... El día que me fui lloramos juntas.

—Al principio era la única médica.

—Sí, hace tiempo que ya no. Luego vino Pilar Cameo Cheda, hace unos 13 años. Es amiga, no solo compañera. Hemos formado un equipo estupendo. No hay jerarquías. Fue un tiempo muy bueno. Cuando oía hablar de que en otros centros había follones, pensaba y decía "qué suerte tenemos". Nos ponemos de acuerdo en todo.

—Creo que su cupo de pacientes era enorme.

—Al principio tenía 2.200, era una verdadera locura. Pero cuando se creó la otra plaza, hará unos 15 años, se desdoblaron los cupos aleatoriamente para repartirlos. Ahora teníamos cada una algo más de 1.100. Lo que pasa es que es población muy envejecida, tenemos muchísimo nonagenario e incluso centenarios.

—¿Cómo han cambiado las cosas desde entonces?

—¿Desde que empecé? Mucho. La organización es mucho mayor. Cuando empecé todo el peso estaba sobre el médico, las 24 horas. Ahora hacemos más medicina preventiva y se nota mucho que seguimos mejor a la población. Con la historia clínica y los ordenadores lo ves todo mucho más rápido.

—¿Y han cambiado los pacientes?

—He notado que las generaciones más jóvenes consultan por cosas que muchas veces no serían importantes, pero esa no sería la conclusión más importante. Hay mucha más organización y la organización también demanda personal, se necesita más. Yo creo que hay más demanda de calidad de vida, que es lógico, porque antes te encontrabas cosas que hoy, gracias a Dios, ya no se ven. Veías a gente cuando ya nada había que pudieses hacer. Ahora, a veces quieren hacerse demasiados análisis antes de cambiar los hábitos, aunque también son mucho más conscientes de los hábitos que deben cambiar. Esto es muy bidireccional. El centro también lo haces tú. Si tú la primera vez que viene alguien pones cara de perro, ya empieza la cosa mal. Si alguien viene un poco rebotado, esperas un poco y le explicas… todo va mejor. La gente demanda mucho, pero también hay mucha gente muy colaboradora, gente que no puede salir de casa y las enfermeras son las que son, por eso les pedimos que colaboren y hay gente que ha colaborado de forma extraordinaria. Son conscientes de cómo están las cosas.

—El entorno influye.

—Claro, porque Guisamo es menos urbano que otros sitios y los enfermos mantienen todavía esa confianza en el médico de cabecera. He tenido pacientes que venían de ver a especialistas y no tomaban el tratamiento hasta que yo le daba el visto bueno y le confirmaba que podían porque no interfería en lo que ya estaban tomando.

—Hablaba de la incidencia de los tráficos en la zona.

—Sí, he visto accidentes terribles, con resultado de muerte de gente de allí y de fuera… Recuerdo a dos motoristas muy jóvenes, a una señora que cruzaba…Alguna era gente que conocía y sobre todo conocía a sus familiares. Personas que quedaron con traumas importantes. Cada población tiene su idiosincrasia, por ejemplo, en Fisterra, cuando estuve allí, había mucha drogadicción.

—Habla con cariño y con cierta nostalgia, se nota que ha estado muy a gusto.

—El balance es súper positivo. Nunca pensé en cambiarme, para qué irme a Coruña, por ejemplo. La ventaja que tendría, es verdad, es que en la ciudad se hacen guardias contadas, y en Sada pueden ser duras y son más frecuentes. Son duras porque después de trabajar toda la semana con mucha intensidad, cuando llega el viernes y te toca el sábado, se queda corto solo descansar el domingo. Pero el resto, fenomenal. Cuando tienes que ir a visitar a un paciente, aparcas delante del domicilio al que vayas y las puertas están siempre abiertas, eso es fantástico.

—Tanto tiempo da para muchos recuerdos.

—Tengo historias de gente maravillosa que ante la enfermedad te sorprende con una entereza increíble. Esta profesión te enseña mucho, te enseña muchísimo sobre la gente si tienes tiempo para escuchar. Hay que tener tiempo. Reconozco que después de que me desdoblaran el cupo me enteré de cosas que nunca me habían contado de su vida. Recuerdo a un señor que ya llevaba tiempo tratando y nunca me había dicho que había tenido que salir de Cuba con lo puesto en el 59. Fue un momento fantástico. Hay un montón de historias increibles de la gente. Mi hermana siempre me dice que tengo que escribir un libro…

—¿Qué le diría a quien le va a sustituir?

—Yo le diría que intente buscar tiempo para escuchar y, simplemente, que tenga empatía. Esta es una profesión muy bonita cuando escuchas a la gente. Y que intente estar en la plaza el mayor tiempo posible. Se sabe por estudios científicos publicados que si tú estás con el mismo médico de cabecera 15 años, disminuye la mortalidad. Lo entiendo, nosotros sabemos cómo son nuestros pacientes. Cuando a lo mejor te viene alguien lacónico, que constesta solo con un sí o con un no, ya lo sabes, le preguntas de otra manera. Si no lo conoces, te dice que se encuentra bien pero lo hace porque está acostumbrado y es así. O lo contrario, hay gente muy aparatosa que te puede llevar al huerto, pero lo vas tranquilizando… Lo que necesitamos es tiempo y ganas principalmente. Ganas de trabajar en esto con tiempo. Porque sin tiempo se te quitan las ganas. Tengo compañeros estupendos quemados por la falta de tiempo. Tu médico de toda la vida es importante. Me dan mucha pena algunos de los míos que están muy malitos, simplemente necesitan alquien que les dé tranquilidad, que puedan preguntarle a alguien en quien confían y que confía en él. Los pacientes de cáncer que ya no tienen solución lo único que necesitan es acompañamiento y notar que no están solos. 

—¿Ya ha pensado en qué va a emplear su tiempo a partir de ahora?

—Mira, fui a despedirme de una paciente de 92 años, se me quedó mirando y me dijo: “Lo tienes todo por delante”. ¡No sabe bien Elvira lo que se lo agradezco! Parece que con la jubilación uno envejece de repente… Voy a viajar, voy a leérmelo todo, ir al cine, escuchar música… Y el inglés, a ver si acabo hablando como los escoceses. A lo mejor hago algún curso de historia… no lo sé. Tengo muchas ideas. Hacer de todo menos quedarme en casa. Y por supuesto, sufrir el síndrome de jubilado: meterme en un gimnasio.