Escuchar las declaraciones del juicio por el presunto asesinato de Samuel Luiz es un ejercicio terrible, pero necesario. Lo es para que los profesionales de la justicia, los jurados y los jueces sigan el procedimiento de la ley y se llegue a una sentencia. Lo es para los familiares y amigos que han perdido a un ser querido. Pero, ante la claridad y la contundencia de lo que van declarando implicados y testigos, lo es también para la sociedad.
Estamos acostumbrados a ver en cientos de series de las plataformas casos tan crueles como el que se está juzgando. Pero todo cambia cuando empiezas a escuchar a los que han ido declarando desde la semana pasada y, al oírlos, con ese acento que tienen, tan koruño, se hace tremendamente cercano. Podía ser koruño, como es el caso que nos ocupa, como de cualquier otra localidad de Galicia. Pero que la violencia que se vivió aquella madrugada junto a la playa de Riazor tenga el mismo tono con el que vivimos y nos amamos en esta ciudad hace que lo que va saliendo a la luz nos ponga los pelos de punta. Nos revuelve el estómago hasta la náusea. Esa cercanía nos descoloca. El mal tiene un rostro corriente. Es increíble, siglo XXI y estamos así.
No es la guerra en Gaza, a la que por desgracia ya no prestamos atención. No es una manada en otro lugar, que nos repugna. Es que el espanto suena exactamente igual que cuando escuchas a un amigo cuanto te llama por el móvil o te envía un audio para felicitarte el cumpleaños. Lo que vamos viendo del juicio estaba cantado. Unos les intentan echar la culpa a los otros. Y los dos chicos senegaleses y la amiga de Samuel Luiz van poniendo las cosas en su sitio. Es una pena que, a pesar del esfuerzo policial, las imágenes de los vídeos no puedan ser más claras para que cada golpe que recibió Samuel reciba su condena. Es una lástima que no haya grabaciones con los insultos que recibió para dejar sentenciado sin dudas el delito de odio. No se dice maricón como una coletilla. No estoy de acuerdo. El contexto es importante y, en esa paliza, maricón solo tiene un significado: odiar a un colectivo que debería gozar de los mismos derechos que cualquier otra forma de vivir la sexualidad que existe. Maricón estigmatiza.
La violencia siempre recorre el mismo camino. Los insultos son el primer paso. Un insulto es violencia. Y, tras los insultos, llegan en la mayoría de ocasiones los golpes. Esa violencia física que puso fin con saña a la vida de un chaval estupendo que solo había salido a divertirse tras el fin de las restricciones de ocio en la pandemia. Samuel somos todos. Samuel podía ser mi hijo. Por eso duele escuchar cómo la jauría humana que se formó en Riazor para acabar con su vida intenta huir de las consecuencias de sus hechos. No fue el alcohol. No fueron las drogas. El alcohol o las drogas no ayudaron. Pero la espiral de violencia la protagonizaron y la agitaron los que están acusados en distintos grados. Samuel fue aniquilado. No hay duda. Fue eliminado por maricón, así lo dijeron ellos, y por cruzarse con un grupo violento que se comportó como lo peor que se puede ser en sociedad: una jauría humana de gigantescos agresores.