Cien años de la construcción del primer rascacielos de España: el edificio del Banco Pastor de A Coruña
VIVIR A CORUÑA
La ciudad herculina tuvo el techo más alto del país hasta que se construyó la sede de Telefónica en la Gran Vía madrileña
21 nov 2022 . Actualizado a las 10:47 h.«Las ciudades españolas quieren tener sus rascacielos, diminutos comparados con los norteamericanos; pero gigantescos si los relacionamos con nuestro tipo de casa de cuatro o cinco pisos». Es el arranque de un artículo de 1922 publicado en la revista del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, y dio en el clavo. Efectivamente, que en ese año nuestro país tuviera altísimas construcciones era aún una voluntad, un deseo; no una realidad. Por aquel entonces, solo la Escuela de Chicago hacía que los ciudadanos elevasen la vista gracias a la ejecución del Home Insurance Building (Chicago) o del Flatiron Building (Nueva York). Hasta que en una esquina de Europa empezaron a cambiar las cosas.
Aunque la historia señala el mítico edificio de la sede de Telefónica como el primer rascacielos de España, lo cierto es que A Coruña tuvo el techo más alto del país durante varios años. Siete años antes de que se asentase esta edificación de 13 plantas en la concurrida Gran Vía madrileña en 1929, comenzó a construirse en el Cantón Pequeño un majestuoso edificio que estaría terminado en 1925. Los cimientos de la sede del Banco Pastor celebran este año su centenario, y se merecen que se repase su historia.
De esta entidad bancaria, absorbida en el 2018 por el Banco Popular (y este, a la vez, por el Santander), solo queda para los nostálgicos el icónico letrero que durante años ha coronado la sede. De hecho, aunque el Santander planteó al Concello la posibilidad de sustituir este rótulo por el del banco liderado por Ana Botín, en María Pita negaron la mayor porque «alteraría las condiciones y percepción del inmueble». Estas declaraciones institucionales refuerzan la categoría de emblema que ha ido adquiriendo con los años este edificio. Situado en una de las zonas más privilegiadas de la urbe, aún hoy es uno de los niños mimados de la arquitectura local por diferentes motivos, pero principalmente porque, como señaló La Voz de Galicia el 18 de septiembre de 1927, «marcó, junto a la Casa Barrié, una nueva y floreciente etapa en la construcción de la ciudad, enderezándola por modernos y grandiosos cauces».
Si los coruñeses tienen hoy este símbolo, que bebe de las técnicas y el estilo de la Escuela de Chicago, es gracias a Antonio Tenreiro, que se encargó del diseño, y Peregrín Estellés, que estuvo al frente de la estructura. Ambos, formados en la Escuela Superior de Arquitectura Técnica de Madrid, vivieron con esta obra su nacimiento como profesionales. Se trató de un encargo del muy ilustre Pedro Barrié a su sobrino Antonio, que junto a su compañero sufrió la presión de buena parte de los ciudadanos, que creían que se trataba de una construcción desproporcionada para un lugar como A Coruña. La idea era levantar una nueva sede para el banco, que requería una zona noble acorde con el poder que en ese momento tenía la entidad financiera. Finalmente se elevó 39 metros y once plantas, barriendo así de un plumazo la normativa municipal vigente, que impedía que las edificaciones rebasasen una altura de 20 metros. Se superó este escollo alegando, como indica la publicación del arquitecto Xabier Louzao, Historia de la arquitectura en Galicia: del Neoclasicismo a la autarquía, «valores de modernidad, higiene, progreso, y embellecimiento».
No solo en este tema se rompieron moldes, pues para su construcción se utilizó hormigón armado en su estructura, un material al que no se había recurrido en los edificios de la ciudad, y piedra artificial para la fachada y los elementos decorativos. El parecido con los bancos ingleses de aquella época es, a todas luces, innegable.
La pareja profesional que formaron Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés fue de lo más prolífica en A Coruña. Esta dupla ha moldeado el urbanismo de la ciudad, dejando su huella en construcciones como la Casa Barrié, el mercado de San Agustín y la siempre misteriosa Casa Bailly de la Nacional VI.