Rosalía es la autora que más morriña sentía por su casa, muy bien conservada. La de Celso Emilio desapareció y la de Curros ha sido recuperada después de 40 años
02 sep 2007 . Actualizado a las 13:25 h.«He cerrado mi casa: / Todas las puertas y ventanas. / (Lo hago /
como si le cerrase los ojos / a un muerto querido). / Luego me he sentado fuera/ y he estado largo tiempo / contemplándola y meditando». Así empieza el último poema de Luis Pimentel (Lugo, 1895-1958) en su libro Barco sin luces (Linteo). Y es que para muchos escritores, la casa es una parte más de su obra literaria, la protagonista de sus versos, de sus historias. La suerte de esas casas de los escritores gallegos, diseminadas por toda la geografía, es dispar y va desde las que murieron a causa de la desidia (la de Martín Sarmiento) o están a punto de hacerlo (la de Carballo Calero en Ferrol), hasta las que están mimosamente conservadas, como la de Rosalía en Padrón, pasando por los que han sobrevivido gracias a la tenacidad de algunas personas, entre las que figura la de Curros Enríquez, cuyos paisanos de Celanova se confabularon en 1952 para recuperarla y lo lograron... en 1996.
«Na xeografía da peregrinación cultural e literaria galega (xeografía a reivindicar, pular e coñecer) ?escribía Víctor Freixanes hace un tiempo? merecen un capítulo sobranceiro algunhas casas dos nosos escritores. A primeira de todas: a Matanza de Rosalía de Castro en Padrón, recuperada nos anos cincuenta e enriquecida ou apuntalada tamén pola xestión de Agustín Sixto». Luego Freixanes hacía un recorrido por Galicia: «Penso no pazo de Moldes, de Antón Lousada Dieguez, en Borobás; ou na casa de Eduardo Pondal, en Ponteceso; a recén recuperada de Curros Enríquez en Celanova; a de Castelao en Rianxo; a de Valle Inclán en Vilanova de Arousa; a de Wenceslao Fernández Flórez, en Cecebre; a de Vicente Risco en Allariz, a casa-museo de Camilo José Cela en Iria Flavia, que sen ser casa natal é casa de referencia...».
Vecindad de Cela y Rosalía
Y es que la Fundación del Nobel gallego es puntera, no sólo en Galicia, sino en el mundo literario, al ser uno de los escasísimos autores que ha reunido los manuscritos de todas sus obras y, sobre todo de un escritor cuya visión histórica le llevó a ir guardando cartas, objetos, obras de arte y a prever, como decía en la inauguración de estas dependencias y en presencia de los Reyes, su muerte: «Aquí queda cuanto tengo de cuanto tuve y no se llevaron por delante ni la trampa, ni el azar, ni la historia. Ahí enfrente, en el cementerio de Adina que cantó Rosalía de Castro y del que la irresponsabilidad histórica se llevó por delante sus cenizas, quedarán mis huesos cuando les llegue su preciso tiempo; ahora que todavía soy dueño de ellos, ruego y solemnemente proclamo poniendo a Dios por testigo, que no sean tocados ni trasladados jamás a lugar diferente alguno. Y por aquí y por ahí y volando sobre esta feraz y mansa y civil vega de Iria Flavia, entre mis dos ríos, el verde y hondo Ulla y el rumoroso y a las veces enloquecido Sar, quedará flotando mi alma de gallego errante que, antes de que fuera ya tarde, probó a meter un poco de orden en el recuerdo».
Como decía Cela, las cenizas de Rosalía no están en este camposanto, contrariamente a lo que creen algunos: «Mamá, aquí dice que murió en esta casa, ¿dónde está enterrada?», pregunta una cría ante las cinco placas, alguna de tamaño más que relevante, colgadas en la parte posterior de la casa de Rosalía, en Padrón. «Pues estará en el cementerio del pueblo», responde la visitante, que recorre las dependencias en las que la poeta vivió los últimos cinco años de su vida. Esta vivienda, que al ser transformada en museo fue cuidada inicialmente por Maruxa Villanueva (algo también recordado en la correspondiente placa), fue adquirida por José Villar Granjel y José Mosquera Pérez y donada al patronato en el año 1949.
El inmueble conserva las pertenencias del matrimonio, con el diminuto escritorio de Rosalía, la biblioteca de Murguía, con su amplio despacho y mesa de trabajo, o la cama del matrimonio sobre la que hay una rosa blanca. La casa está lejos de aquella que la poeta pintaba en sus versos, con la fuerza de expresiones como: «Miña casiña, meu lar,/ ¡cantas onciñas/ de ouro me vals!» y desde luego no se parece en nada a aquella otra, tan propia de la Galicia rural de finales del siglo XIX en la que rinde homenaje a las mujeres que entonces vivían solas: «Vin de Santiago a Padrón / cun chover que era arroiar, / descalciña de pé e perna, / sin comer nin almorzar, /... /Fun chegando á miña casa/ toda rendida de andar, / non tiña nela frangulla / con que poidera cear».
De Murguía a Pardo Bazán
De todos modos, esta no es la única casa en la que vivió el matrimonio Rosalía-Murguía. Entre los años 1872 y 1873 estuvieron en A Coruña, en el número 3 de la calle del Príncipe; este inmueble fue adquirido hace unos meses por la Fundación Caixa Galicia y posteriormente cedido a la Real Academia Galega para su segunda sede. El presidente de la RAG, Xosé Ramón Barreiro, destaca que fue precisamente Murguía el primer presidente de la Academia, «un ambicioso construtor deste país, que estaría encantado de que a Real Academia Galega ocupara dependencias que foron parte da súa vida». El inmueble tiene todavía los carteles de la última actividad que albergó: restaurante.
A su lado figura la vivienda, que está en venta, de otra académica, Francisca Herrera.La Academia Galega tiene ahora como sede la que fue casa de otra escritora, Emilia Pardo Bazán, unas dependencias de la calle Tabernas en las que una planta es el museo dedicado a la autora de Los pazos de Ulloa; además de mostrar las pertenencias y obras de esta autora, la casa-museo, dirigida por Xulia Santiso, organiza diversas actividades con escritores, además de un congreso anual sobre la escritora. Estos días está en pleno debate la recuperación de lo que Emilia Pardo Bazán llamó la Torre de Meirás y fue su casa. De esa época, una de las especialistas en esta autora, Ana María Freire, apunta que se conservan notas en las que la escritora anotaba los gustos de quienes le visitaban en verano para tenerlo en cuenta al año siguiente. La casa fue vendida, pasó a llamarse Pazo de Meirás y acabó en poder de Franco.