Un día después de recibir el Premio Nacional de las Letras, Ana María Matute compareció ayer en un hotel barcelonés junto a los responsables de su editorial (Destino) para hablar del galardón y de su gran pasión: la literatura. La escritora, que aún se recupera de una fractura de fémur que la dejó postrada en su cama durante varios meses, reconoció que «en mi vida me he dedicado a escribir y lo sigo haciendo porque no sé hablar. Lo que me importa es ser feliz escribiendo y, a ser posible, hace felices a los demás».
La autora de obras que han marcado poderosamente el panorama narrativo español de las últimas décadas como Los Abel, Los hijos muertos, El polizón del Ulises y Olvidado rey Gudú, todavía tiene problemas para andar y ha perdido algunos kilos, pero no el sentido del humor. A sus 82 años sigue repartiendo sonrisas, amabilidad, cortesía y profunda humanidad. «La literatura ha sido un salvavidas en épocas muy duras de mi vida. Creo que he sido muy valiente. He trabajado mucho. He vivido la vida, simplemente, con sus cosas buenas y sus cosas malas». Así resume Matute su larga trayectoria como novelista. Ella prefiere definirse como «una contadora de historias», y está convencida de que «aún me queda un trocito de aquella niña que se encerraba en el cuarto oscuro de su casa para escribir».