Risueño, lúcido, coqueto, José Bello Lasierra, Pepín Bello para sus amigos y para la historia, la memoria viva de la Edad de Plata, ha dejado de existir. Falleció ayer en su domicilio de Madrid a los 103 años. Murió «mientras dormía», según fuentes familiares. «Se fue sin ningún problema de salud; ha muerto por agotamiento, porque su cuerpo no daba más de sí». El intelectual será enterrado hoy en el cementerio de la Almudena.
A la Residencia de Estudiantes -también llamada la colina de los chopos- llegó Pepín Bello (Huesca, 1904) en 1921 para estudiar medicina. Hijo del ingeniero Severino Bello Poëysuan, se relacionó desde su infancia con personajes como Joaquín Costa, Ramón y Cajal y Francisco Giner de los Ríos, de quien su padre era muy amigo. Por eso, había viajado a Madrid desde su Huesca natal en 1915 con el fin de cursar bachillerato en la Institución Libre de Enseñanza, germen de la residencia. Allí intimó con Federico García Lorca, Salvador Dalí y su medio paisano, el turolense Luis Buñuel, conformando un cuarteto memorable que cambió la historia de la cultura.
A pesar de la inexistencia de legado artístico alguno, a este último representante de la Edad de Plata se le atribuyen las representaciones oníricas denominadas putrefactos o carnuzos, utilizadas por Dalí y Buñuel, así como la creación de los anaglifos -superposición de imágenes que producen una impresión de relieve-. Aunque su influencia se perciba en las obras de sus amigos -tuvo un papel decisivo en el filme Un perro andaluz, de Buñuel- y se considere el más surrealista de los surrealistas españoles, Pepín Bello aseguró «tener lo mismo de poeta que de marciano».