El último vals de Jagger ante las cámaras

LUIS PAZ

CULTURA

08 feb 2008 . Actualizado a las 12:08 h.

La longevidad de los Rolling Stones ofrece excelentes resultados económicos, aunque en lo artístico todo se reduzca ya a la explotación reiterativa de su catálogo de éxitos de los sesenta y setenta. Las nuevas tecnologías, que permiten a la banda montar escenarios espectaculares, han jugado también en contra de la imagen del grupo. Las recientes entregas en deuvedé, Four Flicks y The Bigger Bang, suponen un repaso tan exhaustivo como falto de magia por sus últimas giras mundiales. Las imágenes muestran a unos intérpretes rutinarios y apresurados en escena. El sonido deja patente que, en muchas canciones, las guitarras de Ron Wood y Keith Richards no se sostendrían sin la muleta de los teclados.

Con estos antecedentes, la colaboración con Martin Scorsese parece una apuesta sobre seguro para recuperar algo del brillo original de la banda. Shine a Light, el documental que ayer se estrenó en Berlín, se articula en torno a un concierto ofrecido en el teatro Beacon de Nueva York, el tipo de aforo reducido en el que los ingleses son capaces de ofrecer lo mejor de sí mismos, como mostraron en el vídeo Stripped, de 1995. La decoración evoca la elegante decadencia de la sala Winterland de San Francisco en la que Scorsese rodó El último vals, la despedida de los escenarios del grupo The Band, en 1976. Si nadie duda del talento del director americano a la hora de unir música e imágenes, queda por despejar si habrá sido capaz de tirarle de la lengua a unos artistas poco dados a la sinceridad. Empeñados en perpetuarse como parodia sonora de Fausto, Jagger y compañía se resisten a entender que ya no interesa cómo maquillan las arrugas, sino su reflexión sobre el proceso por el que han llegado a adquirirlas.