El artista presentó ayer el libro «Alfredo el Grande», unas memorias en las que habla de temas espinosos, como el mal carácter de muchos compañeros de profesión
26 nov 2008 . Actualizado a las 10:17 h.Diez meses después de haber vivido «el peor día de mi vida» -el momento en que recibió el Goya de honor-, Alfredo Landa vuelve al primer plano de la actualidad por su autobiografía Alfredo el Grande. Vida de un cómico (Aguilar), memorias redactadas por Marcos Ordóñez en las que el propietario del landismo lo cuenta «todo». Landa, que dejó de ejercer la profesión de cómico hace poco menos de un año porque su ilusión y pasión por el cine habían desaparecido, está feliz, «aunque hasta el gorro de tantas entrevistas». Todo sea por el libro. «No sé qué es esto de la promoción, no he promocionado nunca nada», dice con su campechana forma de hablar.
-Sus memorias están dando mucho que hablar. ¿Habrá una segunda entrega?
-Si yo supiera escribir... Me lo habían propuesto varias veces, pero como no sé escribir y no me fiaba... Fue mi amigo Arturo Pérez-Reverte el que me convenció de la categoría de Marcos.
-¿Se ha arrepentido de algo de lo ya impreso?
-De nada. Todo lo que he contado lo he hecho con sinceridad y normalidad. Por encima de todo, he pretendido que fuera una obra amena, que el lector llegara hasta el final.
-¿Le ha movido la venganza en «Alfredo el Grande»?
-Para nada, porque no soy vengativo. Lo único que he hecho ha sido relatar mi verdad y que los demás juzguen si es acertado o no. Sí he reflexionado el capítulo en el que hablo a José Luis Dibildos -reconoce que pensó en acabar con su vida porque firmó un contrato en el que el productor se quedaba con el beneficio de todas las películas que había rodado Landa durante tres años-. Me pilló en un momento bajo de moral, pero nadie puede pensar en serio que quisiera matarle.
-Tampoco sale muy bien parada la actriz Amparo Soler Leal (cuenta que la artista y el que fue luego su marido, el productor Alfredo Matas, participaban en camas redondas).
-Lo único que he comentado es que una noche me invitaron a participar y dije que no. Ni juzgo ni incido más en ello. Y si alguien lo interpreta de otra manera, es que tiene mala leche.
-Mira al pasado y hace una radiografía nostálgica del cine que entonces se hacía en España.
-Sí. Es una conversación distendida en la que hay mucha nostalgia. No sé quién ha dicho que mirar a los recuerdos de mala manera es de tontos, y yo no soy nada tonto. Hay mucho cariño porque me ha ido muy bien en la vida, he sido y soy muy feliz. Sí creo que conmigo se terminó una forma de hacer cine. Lo pasamos muy bien, era tan divertido insinuar cosas, dejarlas en el alero. Se hacía el trabajo sin mala intención.
-A Gracita Morales también le suelta varias «puyitas» (dice que era «caprichosa, despótica e intratable»).
-Fui íntimo amigo suyo, pero terminó mal, cogió unas manías... ¿Qué iba a decir, que era religiosa? De puyitas nada, solo he dicho la verdad con todo el respeto y cariño que todos merecen.