Estilistas coruñeses, figurantes de toda España, la encargada de los subtítulos... los trabajadores que no salen a escena cuentan su versión de una obra de Mozart
31 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Detrás del telón de una ópera se esconde un hormiguero. Finas tablas de marquetería crean cubículos nuevos dentro de las laberínticas dependencias traseras de un teatro. Pasillo, escalera, ascensor, puerta... Así transcurre un paseo convertido en carrera de obstáculos por el Teatro Colón de A Coruña, en donde el Festival Mozart ha montado una ópera de producción propia: Zaide , que Wolfgang Amadeus dejó inconclusa, pero que fue recuperada a principios de los ochenta con el añadido de un texto de otro genio llamado Italo Calvino.
Una de las celdas del hormiguero está ocupada por Engracia, Julia y Jessica. Dos coruñesas y una italiana que se afanan en la preparación del tatuaje de una serpiente que llevará maquillado uno de los cantantes. ¿Sufrirán los ataques de divismo de los cantantes? «Para nada, llevamos muchos años trabajando para el festival [Engracia y Julia son empleadas de diferentes salones de peluquería de A Coruña] y hemos estado con grandes artistas como Montserrat Caballé, que es encantadora y afable, o Ainhoa Arteta que es otro encanto», señalan. La misma experiencia positiva comunica Jessica, que es una trotamundos italiana que puede pasar de ser la estilista de una película en Cineccità a un festival en A Coruña. «Es un trabajo muy variado, a veces tienes que hacer que la gente parezca joven, otras, como en las obras de Wagner, que las mujeres tengan aspecto de fuertes -dice, mientras hincha los carrillos y hace el ademán de ampliar sus caderas con las manos en plan valquiria-. En el cine, por ejemplo, un estilista tiene que pensar que todo transcurre cerca del espectador, mientras que en la ópera las cosas se ven de lejos», explica.
Otra de las que acerca la ópera a los espectadores es Ruth García, que se encarga de la proyección de los subtítulos que permiten seguir la obra en español. No piensen que es un trabajo rutinario de hacer clic en el ratón del ordenador. Ruth tiene que leer la partitura de la obra mientras controla la pantalla, y así lanzar los subtítulos en el momento correcto. «Tengo que clavarlos», explica esta violinista de la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia, que ocupa su puesto ante el ordenador operístico como trabajo temporal.
Una temporalidad un poco más permanente esgrime la madrileña Ana Aguilar, una bailarina que lleva años actuando en pequeños papeles en óperas de todo el mundo -«lo de trabajar en el baile está muy difícil»-. Ha pisado teatros como el Real madrileño o el Covent Garden londinense, recintos en los que ha conocido a gigantes como Plácido Domingo. «Es una persona increíble. Te trata como a un igual». Va a ser que lo del divismo es un mito.