La nueva novela del escritor coruñés es un retrato fronterizo de la Galicia de la segunda mitad del siglo XX, que asistió a la metamorfosis de los viejos contrabandistas en grandes capos del narcotráfico.
02 oct 2010 . Actualizado a las 21:39 h.«La boca no es para hablar. Es para callar». Así comienza Todo es silencio, la nueva novela de Manuel Rivas, un retrato fronterizo de la Galicia de la segunda mitad del siglo XX, un rincón del mundo que asistió mudo a la metamorfosis de los viejos contrabandistas en grandes capos del narcotráfico.
En esta novela Galicia no es Galicia. Es un territorio imaginado, Brétema, un lugar donde la vida gira alrededor del tráfico ilegal de mercancías, del tabaco de estraperlo a la cocaína. «El tipo de mercancía nos cuenta como era cada época», resume Rivas, en una entrevista con Efe.
Brétema pudo haber sido cualquier lugar fronterizo del planeta.
Pero fue Galicia. Quizás porque allí la «identidad delictiva» llevaba tiempo forjada, explica Manuel Rivas (A Coruña, 1957).
En los 80, cuando se produce la internacionalización del narcotráfico, aparecen los viejos nombres, «los que se curtieron en el viejo negocio». Hombres cautos y astutos, que se lucraron a principios de siglo con cualquier tipo de mercancía: wolframio para el armamento alemán durante la segunda Guerra Mundial, dinamita para la pesca -como en la actualidad- o incluso con el tráfico de personas.
No obstante, «Todo es silencio» aborda una etapa posterior, entre 1968 y principios de los años 80. El periodo en que los contrabandistas pasan del tabaco a la cocaína y se crean las primeras redes internacionales del narcotráfico.
Los traficantes «comienzan a moverse con facilidad por los pasillos de los bancos de Suiza, se entrevistan en Amberes con los jefes de las compañías tabaqueras e incluso tienen conexiones con la camorra Napolitana», muy vinculada al negocio clandestino del tabaco, relata Rivas.
Entonces, «Galicia estuvo a punto de ser Sicilia», comenta el autor de «Los libros arden mal». Fue un momento dramático. La sociedad, hipnotizada por el «capitalismo mágico» de los palacetes recién construidos y los coches de alta cilindrada, estuvo «a punto de ser engullida» por la mafia.
«Pudimos terminar con una sociedad en el que las organizaciones criminales se convirtieran en un poder oculto, tan influyente que condicionará la vida de la sociedad», afirma Rivas a Efe.
«La novela llega hasta el momento en el que se da esa posibilidad». El punto máximo del control oculto. El «silencio de las conciencias». «En ese final confluyen realidad y ficción», apunta Rivas.
Lo que en realidad sucedió después, el «grito desesperado» de las madres de la ría, la instrucción del juez Garzón o la operación Nécora, es un futuro abierto para los personajes de la novela, un grupo de jóvenes de los 60 arrastrados hacia un destino común.
«Todo es silencio» no es un libro documental. Sin embargo en él, «todo es ficción y todo es verdad», como solía decir John Ford, recuerda Rivas. «Todo es silencio» es una fusión de novela negra y esperpento, un guiño a Valle-Inclán. «Un esperpento de serie negra», propone como definición el autor coruñés.
La historia, que «rumiaba» en su cabeza desde sus primeros relatos, vuelve siempre al punto de partida: una obsesión. El salmo 135 de la Biblia: «Tienen boca, y no hablan/ tienen ojos, y no ven/ tienen oídos, y no oyen/ tampoco hay aliento en su boca».
Una elegía por los ídolos «de plata y oro» tan comunes en nuestro tiempo.
«El narcotráfico es la extensión delictiva del neoliberalismo: poner la economía al servicio del poder y no de las personas», denuncia Rivas, siempre crítico ante la «deshumanización» de la sociedad causada por una «capitalismo caníbal».
Sus personajes viven esta dualidad, en el paso débil entre el bien y el mal, temerosos del mundo que les rodea, donde el mayor peligro no viene de las drogas, sino del veneno que inoculan: «El vaciado de las almas».
«Las organizaciones criminales quieren poseer las sociedades, las personas y, al final, las palabras», explica Rivas. «Ese es el botín más importante. Con eso puedes controlar todo», concluye.
Por fortuna, hay un elemento simbólico que nunca podrán controlar: el mar. Un personaje fundamental de esta novela y en general de toda la obras de Rivas.
«Mientras todo está en silencio, el mar está hablando», relata aliviado. Cada golpe de mar es un viaje al pasado, a un momento en el que Galicia pudo ser Sicilia.