Becerros de oro del siglo XXI

Mercedes Rozas

CULTURA

04 may 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Todo sucede alrededor de un puente, bajo un cielo «color rojo sangre»: una figura se echa las manos a la cara y, mientras grita con desesperación, dos enjutos personajes se alejan hacia el fondo. Nadie parece escucharle. Edvard Munch reflejó con una deliberada deformación la imagen de una tarde a orillas de un fiordo. El artista confesó entonces que se sentía «cansado y enfermo». El grito es un icono del expresionismo nórdico, que todavía hoy aviva una carga emocional y simbólica, hecha ya universal. El cuadro se ha impuesto como la representación dramática del miedo, la ansiedad, la soledad...

El pintor, obsesionado por el motivo, llega a realizar cuatro variaciones del mismo. La única versión que estaba en manos de un coleccionista privado se acaba de vender por 91,2 millones de euros, cifra que confirma la idea de que el mercado del arte, aglutinado en torno a las grandes casas de subastas, vive ajeno a la crisis, en un oasis de privilegiados que en los últimos tiempos se están haciendo con la propiedad de creaciones emblemáticas, transformadas gracias al dinero en fetiches de distinción. Algunas obras de Picasso, Cézanne, Matisse, Gustav Klimt, Van Gogh o Munch, son los nuevos becerros de oro del siglo XXI. El noruego tuvo la convicción de que un artista debería siempre pintar «gente que respira, siente, padece y ama». En algunos momentos de su vida, los demonios de la locura rondaron su cabeza. Su mejor terapia cuelga ahora en el salón de un afortunado millonario.