La sempiterna crisis y la paulatina desaparición de escena de las instituciones están provocando una auténtica eclosión de espacios de exhibición autogestionados. Los artistas y los jóvenes críticos no sucumben al desánimo y buscan alternativas
18 ago 2012 . Actualizado a las 15:43 h.El dinero público tiene el mismo valor que el que duerme en el interior del cepillo de la catedral, minutos antes de la visita diaria del electricista. Pero en los últimos años no se ha gastado de la misma manera. El dinero para la cultura se lo ha tragado ese enorme cepillo laico que es el Gaiás, no tan opaco como el catedralicio, pero mucho más goloso. Ahora que vivimos momentos de contracción (y de contrición) los artistas y los gestores culturales buscan salidas en la autogestión y en los proyectos independientes. Esto puede verse como una salida desesperada o como una oportunidad. No hay dinero, pero tampoco hay cortapisas; no hay medios, pero hay independencia.
La institución (por regla general aunque con honrosas excepciones) siempre solía bascular entre el descubrimiento y la retrospectiva; entre el encumbramiento de la nueva hornada de artistas emergentes, recién salido de la facultad, y el insistente refrendo a los artistas consagrados. Un sistema protector, de becas para el joven y grandes fastos para el sénior, con mucho ornato y foto de familia. El enorme espacio intermedio, el páramo silencioso por el que vagan los artistas que no son tan jóvenes para entrar en los certámenes ni tan mayores como para ser agasajados, es ahora mismo un terreno fértil, en parte gracias a la desaparición paulatina de la institución.
Este espíritu de resistencia está en el ideario de El Halcón Milenario, un espacio vigués que, en clara alusión a la falla mencionada, abrió su primera temporada con una exposición titulada Viejóvenes valores, artistas «con un pasado prometedor y con un presente marginal» como reza en su manifiesto y que, cansados del escaso eco que recibe su trabajo y hartos de pasear su dosier por galerías y centros de arte, deciden exponer en casa, el mismo lugar en el que viven, en el que pintan. El Halcón es un piso en la calle Cervantes de Vigo, en el corazón del populoso barrio de Churruca, tan destartalado como la nave del mismo nombre, pero, igual que la legendaria chatarra espacial, no tiene problemas para alcanzar el hiperespacio. La tripulación la componen Federico Fernández (ilustrador), Colomán (pintor y tatuador), Marian Núñez (diseñadora gráfica) y Germán Pintos (pintor). Este año en el Halcón se han sucedido exitosas muestras, plenas de espíritu callejero y underground. Los artistas reunidos en torno al fanzine Firecream; consolidados nombres del arte urbano como Pelucas, Tayone y Nanvaz; y la individual del inclasificable artista valenciano Toño Camuñas, actualmente en México D.F., estación termini de los mejores grafiteros, como el gallego Liqen Jakala.
Eso de exponer en casa no es más que otro episodio del legendario desencuentro entre artista e intermediario. Prueba la fragilidad del mercado y el escaso músculo del coleccionismo.
También en Vigo, concretamente en la parroquia de Valladares, habita el Alg-a, un laboratorio audiovisual que pone el foco en la investigación y que ofrece residencias para artistas. El equipo lo integran Mdmme Cell, Man Hauser y Gus Sanromán, que forman un trío multidisciplinar cuyas inquietudes van desde la música electrónica y el audiovisual interactivo a la filosofía o la astronomía. Además se ocupan de la arquitectura sostenible, la bioconstrucción y las relaciones con un entorno, claramente rural, como una forma de maridar lo contemporáneo y lo tradicional. Una auténtica asignatura pendiente.
En la provincia de Pontevedra la oferta independiente la completan, al menos, otros cuatro espacios. About Art (Pontevedra) es el que presenta un formato más galerístico. Muy atentas a las nuevas propuestas que filtra la Facultad de Bellas Artes, sus directoras, María Díaz y Araceli Torres, compaginan su aventura contemporánea con la participación en un programa de radio (www.gastroradio.com) que explora las relaciones entre arte y gastronomía. Entre sus artistas destacan Alba Fandiño y Santi Vega. Tallanumen (Vigo) es un espacio-taller dirigido por Nieves Prado y Andrea Jambrina, orientado sobre todo a la práctica escultórica. El Espacio de las Cosas (Sanxenxo) es un centro de gestión sociocultural que promueve Amaya González Reyes y que imparte cursos con clara vocación integradora. Un trabajo de difusión para fortalecer el tejido desde la base.
Por último, está haciendo mucho ruido el Liceo Mutante (Pontevedra), sobre todo porque se dedica más a la música y los conciertos. Pero también tiene un apartado para exposiciones. En su nombre está implícito su espíritu: sacudirse el decimonónico barniz de provincias, para levantar algo que no es precisamente una sociedad secreta ni un hermético club para personajes principales, sino un ámbito poroso y permeable a la cultura.
En Santiago cabría citar Aire, Centro de Arte, que encabeza Neves Seara y A Punto de Fuga, liderado por Paula Cabaleiro y Beatriz Suárez Saa.
Pero sobre todo, durante el último año, ha irrumpido con mucha fuerza el FAC Peregrina Furancho de Arte Contemporánea. El FAC participa de los mismos presupuestos del Halcón pero su espíritu fundacional bebe directamente de los furanchos, esos locales que parecen el trasunto galaico de aquellos otros garitos de la ley seca y que se ocupan de dar salida a los excedentes de la cosecha de vino del año. Los estudios de los artistas rebosan, precisamente, de excedentes. Por eso dos artistas, Olmo Blanco y Diego Vites, y la crítica cultural Ania González se animaron a abrir esta peculiar sala que este año ha convertido la tarde de los viernes en un punto de encuentro alternativo, sin el boato de las inauguraciones tradicionales y con la frescura de una iniciativa, que nace del desencanto, pero que no quiere participar de la parálisis general. Las lamentaciones no llevan a ninguna parte y no hay tiempo que perder. La clave la aporta Ania González: «Las condiciones en las que vivimos tienen que ser las condiciones en las que produzcamos». Este año han producido mucho y bien. Destacan los montajes de Mauro Trastoy y Plétora, la exposición. Esta última está comisariada por María Marco, que dirige la revista digital del mismo nombre. Plétora es un proyecto editorial en Internet especializado en arte contemporáneo emergente. De alguna forma aporta cobertura crítica a estos centros de exhibición autogestionados. En palabras de María Marco: «Nos negamos rotundamente a que la crisis económica encubra otra serie de fracturas como la educativa o cultural», una declaración militante y muy política que cuestiona el actual sistema y sus rutinas. «Proponemos un cambio del pensamiento que pase del minifundismo a lo exogámico, trabajando con fe y entusiasmo en lugar de regodearse en el desencanto y la parálisis», apunta tajante Marco. Precisamente para Plétora, Diego Vites pensó, como pieza específica, su performace Ser xesta. Según explica el propio Vites, «es una acción de invisibilización que se desarrolla en espacios de visibilización artística». Vites acabó cubierto de xestas en la biblioteca del Gaiás para reclamar a gritos su existencia. Parece decirnos: soy artista y estoy aquí, he venido para quedarme.
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halconmilenario18.blogspot.com.es