Sus personajes tienen siempre mucha vida interior, quizá porque no le gusta ver el mundo en los ímites de buenos y malos. Ni siquiera cuando lo acusan de conflictivo
01 abr 2013 . Actualizado a las 11:42 h.Tiene nombre de personaje de novela de Torrente Ballester y en realidad al actor Tristán Ulloa (Orleans, 1970) la literatura lo marcó antes de nacer. Su padre decidió llamarlo como el poeta dadaísta Tristan Tzara, en una explosión de combinaciones que unían su admiración por el escritor rumano con el origen celta del nombre. «Es un poco pedorro, pero esa es la historia», dice entre risas, mientras relata su vínculo con Galicia. En Antas de Ulla (Lugo) tiene arraigada parte de una vida que lo hizo nacer en Francia y que lo devolvió a Vigo a los 12 años. Allí, en plena movida ochentera, dejó sus años de adolescencia y un puñado de buenos amigos a los que ve con frecuencia. «Siempre vuelvo a Galicia», afirma quien es hoy uno de los más destacados actores españoles y con más éxito. El último, el personaje de Miguel Cortázar en la serie de televisión Gran Reserva que lo ha hecho trending topic también por la polémica generada con la gala de los Goya.
Usted es medio francés, medio madrileño, medio gallego, medio cántabro... ¿Tiende a lo universal?
Sí, soy muchos medios. Las circunstancias se dieron así y hay que aceptarlas. Pero en general tengo mucho desarraigo. Soy de donde vivo, no de donde nazco. Ahora vivo en Madrid, pero la vida me ha llevado a tener distintas ascendencias. Y ahora que veo a mi hijo también lo pienso. Él es medio español y medio argentino (por su madre) y bebe de las dos mundos y habla de las dos maneras. Para mí eso es cultura y aprovechar las circunstancias.
¿Y en qué sentido cree que lo ha marcado Galicia?
Los años de Vigo, donde viví de los 12 a los 19, fueron fundamentales. En aquella época la ciudad era un hervidero. Las revueltas industriales, la reconversión, la movida: Siniestro, Golpes Bajos, Os Resentidos... Fue un caos maravilloso.
¿Fue entonces cuando conoció a Antón Reixa, con quien rodó «O lapis do carpinteiro»?
Bueno, por aquel entonces él era un señor con sombrero que iba a recoger al colegio a su hija Tania, que estudiaba con mi hermano y conmigo. Y nos quedábamos pasmados mirando para él, porque ya era todo un personaje. Y años después acabé trabajando con él. Es un tipo al que respeto mucho.
Pese a su cara de niño bueno, todos sus personajes tienen mucha vida interior. ¿Es usted un tímido peligroso?
Noooo [risas]. Lo que pasa es que a mí siempre me ha gustado darle una vuelta, no ver todo blanco o negro. Es como ahora en la serie cuando me preguntan los seguidores: ¿vas a ser malo esta temporada? Y yo digo: ¿pero quién establece ese límite? Lo mejor es que haya matices, momentos de mucha virtud y otros de mucha vileza. Todos tenemos pensamientos...
De matar al cuñado...
[Risas]. Sí. Y partes muy buenas. También con los hermanos, esa capacidad de construir y destruir que se refleja en la serie. Por eso también ha enganchado tanto. Es un culebrón y a la gente le gustan esas tramas exageradas y ver que los que tienen poder también lo pasan mal.
¿Es de los que se ha obsesionado por el salto de Falete?
No estoy pendiente de las audiencias, aunque siempre hay algún compañero que te cuenta. Pero, sinceramente, no veo mucho la tele. No lo digo por esnobismo. Pero ahora estoy muy metido con el teatro, haré el personaje de Bruto en el Festival de Mérida y me he metido a dirigir también una obra, En construcción, y llego a casa reventado. Pero realmente ese tipo de tele me deprime. Yo siempre tengo fe en el público, pero también se le puede educar y enseñar. No sé. Entre ver cómo Falete se da una torta en la piscina y leer Guerra y paz hay un término medio, ¿no?
¿Y el medio es Twitter?
He sido muy activo, pero llevo un tiempo desconectado. Va por etapas. Además, no quiero ni saber lo que está pasando.
¿Le pudo la polémica de los Goya?
Lo de no ir a los Goya fue una decisión que tomé después de hablar con el presidente de la Academia a raíz de unas directrices que se me dieron. Yo ya soy mayorcito, tengo 42 años, y no necesito paternalismos de nadie. Y presuponer que voy a decir o hacer algo en esa gala me hizo ponerme en guardia. Como si yo fuera un elemento conflictivo. Esa polémica al final les interesa a los de siempre. Yo quitaría la gala de la televisión. Lo nuestro es el arte, la cultura y nos alimentamos de la realidad. Obviamente los actores empatizamos con los problemas sociales, pero que digan que por llevar un Armani no se puede denunciar eso me parece de una demagogia barata. ¡Si seguramente el Armani es prestado! Mientras se hable de eso no se habla de corrupciones, de Bárcenas, de Ana Mato... Y de repente todo es una cortina de humo.
¡Es usted un antisistema!
[Risas]. Sí. Si el sistema es que unos se lo lleven crudo, soy antisistema. ¿Cómo puede ser que se esté rescatando a los bancos que están desahuciando a la gente? El sistema es perverso. Y sobre todo este Gobierno que en un año se ha cargado el Estado de bienestar de este país.
¿Le molesta que lo vean como una estrella de alfombra roja?
Yo no sé qué tipo de vida se cree la gente que tenemos. Te ven en los Goya y piensan que eres siempre eso. Y ese momento corresponde a un día. Mañana tendré que llevar a mi hijo al cole, ir al Mercadona, moverme en el metro. A mí alguna vez me han parado para decirme: ¿cómo es que vas en autobús?
¡Es que usted es un Cortázar!
Sí. Al final hay mucho de eso.
¿Se ha tenido que beber mucho vino para preparar el personaje?
[Risas]. En la serie todo va con mosto, pero he hecho un curso de cata para ponerme al día. A mí siempre me ha gustado comer con vino, pero no soy de los que da la chapa en los restaurantes con los colegas.
A pesar de esas intrigas de guion, ¿conservan el buen rollo?
El ambiente es muy familiar, muy cordial. Yo con Emilio [Gutiérrez Caba] tengo una relación maravillosa. Es un tipo al que admiro y quiero. El otro día cuando nos despedíamos en el rodaje [aún no está confirmada la cuarta temporada] le decía: «Emilio, yo quiero seguir trabajando contigo». Pero también con el resto de los actores. Ha sido un lujo de elenco.
¿Ha visto la última de Almodóvar?
No. Pero he sabido de la polémica. Boyero me divierte mucho, pero no me lo tomo muy en serio. Es muy inteligente, pero muy pesado, para lo bueno y para lo malo.
¿Pero se ve haciendo una coreografía «I'm so excited»?
¿Por qué no? Es cierto que a veces entras en el mercado de una determinada manera y que los esquemas se repiten. Pero he hecho también comedias y me gustan. En cualquier caso, sea el medio que sea, teatro, cine o televisión, yo intento sacar lo mejor de cada uno. Y remar contra viento y marea, a pesar de los palos que nos van dando...
¿Se tortura mucho con la exigencia?
Cuando empiezas en esto quieres que todo sea maravilloso y cuando no es así, te decepcionas mucho y lo pasas muy mal. Uno tiene que ponderar las cosas. Lo que va a hablar de ti es tu trabajo, no el resto. Antes, cuando el resto no salía bien, me encabronaba mucho. Me acusaba de ese fracaso. Pero yo soy solo responsable de mi parte y ya está. Son películas, entretenimiento. No estamos jugando con vidas.