Sara Montiel recibe el último adiós

La Voz LA VOZ / COLPISA

CULTURA

Juan Carlos Hidalgo

Los restos mortales de la actriz han recorrido esta mañana las calles del centro de Madrid en dirección al cementerio de San Justo

10 abr 2013 . Actualizado a las 01:21 h.

Sara Montiel ha cortado esta mañana la Gran Vía para «pasearla» por última vez y recibir el homenaje de cientos de madrileños que han aplaudido el paso de su coche fúnebre por la céntrica calle de la capital. Los restos mortales de la última diva, la primera «made in Spain», han salido del tanatorio de San Isidro alrededor de las 11.30 horas para recorrer las calles del centro de Madrid hasta el cementerio de San Justo. Allí la actriz recibirá sepultura este mediodía.

Una misa privada celebrada a primera hora de esta mañana en el Tanatorio de San Isido ha permitido a los familiares y allegados de Sara Montiel despedirse de la actriz, fallecida este lunes en su domicilio del barrio de Salamanca. El sacerdote que ofició en el funeral de su madre y en el de su hermana ha sido el encargado de celebrar la ceremonia, en la que un violinista ha interpretado el Ave María de Gounod. Al acto religioso, presidido por una gran foto de la actriz y por una inmensa corona de claveles rojos, han acudido sus hijos, Zeus y Thais, y amigos como el actor Máximo Valverde.

Al acabar la celebración, el cortejo fúnebre con el cuerpo de Sara Montiel ha arrancado hacia la plaza de Callao, donde se proyectaron en una pantalla gigante dos de las películas más conocidas de la fallecida, El último cuplé y La violetera. Una vez finalizado este homenaje, el coche ha continuado por la Gran Vía, la Plaza de Cibeles y Atocha hasta la Sacramental de San Justo donde ha tenido lugar el entierro alrededor de las 13.00 horas. El próximo 15 de mayo, día de San Isidro, Sara Montiel será homenajeada en el madrileño parque de Las Vistillas.

Sara Montiel, más estrella que actriz

Sara Montiel llevaba cuatro décadas retirada del cine, desde que el destape se tradujo en «mucho dinero y malos guiones». Por esta razón las últimas generaciones han crecido viendo a la actriz como un mito que se alimentaba de sus recuerdos y engrandecía su leyenda en cada entrevista. «Yo no soy normal, soy de otra galaxia», confesaba hace apenas dos años, con la voz y los aires que se le presumen a una diva. Sus flores podían sonar a una Norma Desmond de Campo de Criptana, a fantasías en las que se alternaban Greta Garbo, Hemingway y Severo Ochoa. «No ha habido un bombazo como el mío», juraba. Y tenía razón.

Sara Montiel fue más que una actriz. Fue una estrella inalcanzable para los españolitos de los años 50 y 60, que la elevaron a esa nebulosa categoría de icono sexual que alcanzan unos pocos elegidos. Triunfó en Hollywood cuando la fábrica de películas alimentaba los sueños de un país sumido en la grisura de franquismo. Antes, siglos antes de Banderas, Penélope y Bardem, una mujer que aprendió a leer a los 22 años encabezó pósters acompañada de nombres míticos del Séptimo Arte. Ayer, María Antonia Alejandra Vicenta Isidora Elpidia Aurelia Esther Dolores Abad Fernández murió a los 85 años en su domicilio de Madrid, en su dúplex de Núñez de Balboa con Goya. Entre cuadros de Picasso y Barceló, rodeada de recuerdos dispuestos con el horror vacui de quien convierte su casa en un museo.

«Me gustaría que mis admiradores siguieran viendo mis películas. Y los míos, que me recuerden como verdaderamente soy», confiaba Sara Montiel, una mujer que presumía de haber entrado solo dos veces a un supermercado en toda su vida. A los 16 años rodó su primera película. Con apenas 20 se marchó, primero a México y después a Hollywood, donde protagonizó Veracruz, de Robert Aldrich; Yuma, con Samuel Fuller; y Dos pasiones y un amor, de Anthony Mann, con quien estuvo casada cuatro años. A su regreso a España, El último cuplé y La violetera gozaron de un impacto popular que hoy es difícil de imaginar. No tenía Sara Montiel una gran voz, pero fue tan lista de pedir a la orquesta que bajara medio tono y así triunfó como cantante. En medio, Hemingway le enseñó a fumar puros, le dedicó un poema León Felipe, a punto estuvo de casarse con Mihura y fue amiga de Marlon Brando.

Hija de labrador y peluquera

No está nada mal para una chica nacida entre los molinos de Campo de Criptana, hija de «un gañán del campo y una peinadora a domicilio» que amaban la música y el teatro. A los cuatro años, la familia de Sara Montiel se trasladó a Orihuela en busca de un clima más benigno para las pulmonías y el asma del padre. Allí creció Sarita, que durante la Guerra Civil se recordaba cantándoles a los soldados en el hospital de sangre. Zona roja. Las monjas dominicas no le enseñaron a leer ni a escribir, solo a coser, cocinar y cantar. Como en toda biografía de artista que se precie, aparece un momento crucial de descubrimiento. En su caso fue la saeta que cantó al Cristo del Gran Poder en la Semana Santa de 1941. Aquella muñequita llamó la atención del presidente de Cifesa, la productora del Régimen, que la invitó a participar en un concurso para niñas en El Retiro. Ganó y la familia se vino a Madrid.

A los 17 años, cuando todavía le leían los guiones para que se los aprendiera, Sara Montiel fue novia de Miguel Mihura, que le sacaba casi 30. Como tenía miedo de enamorarse mucho, el dramaturgo la envió a México, donde también encontró cobijo entre intelectuales: Neruda, León Felipe, Octavio Paz. Hasta coqueteó con el comunismo y visitó al estalinista Ramón Mercader -el asesino de Trotsky- en su cárcel mexicana. Allí solo le ofrecían «papeles pequeñitos», así que en 1951 se fue a Estados Unidos para cantar en Nueva York y Los Ángeles. Firma entonces Sara Montiel contratos con la Warner y United Artists e intima con los mitos de Hollywood: Frank Sinatra, Marlon Brando, Gary Cooper.

Su siguiente compañero de reparto era Paul Newman, pero como el guion se fue retrasando, Sara Montiel aprovechó el parón para rodar en España una modesta producción a las órdenes de Juan de Orduña. El colosal éxito de El último cuplé supuso el final de su aventura americana. La voz grave de la Montiel no estaba doblada, como era habitual en las producciones de la época. Dos temas del folletín musical, Fumando espero y El relicario, pasaron a formar parte del acervo popular y las inéditas recaudaciones la convirtieron en la artista mejor pagada de todos los tiempos en el cine español. «Empecé a cobrar a partir de entonces un millón de dólares por película», presumía Montiel. «Nadie ha hecho aquí el dinero que hicieron mis películas. Luego, leía en los periódicos que Liz Taylor habría cobrado esa cantidad por Cleopatra y me reía. Yo llevaba tiempo haciéndolo». Carmen la de Ronda, Pecado de amor, La reina de Chantecler.

De diva a caricatura en sí misma

Sara Montiel fue estirando en los 60 su condición de estrella rutilante del franquismo, instaurada dos décadas atrás en Locura de amor, cuando su voluptuosidad, sus escotes y su manera de declamar como en cámara lenta fundió los plomos al varón español. La modernidad trató de rescatarla -la Escuela de Barcelona en Tuset Street, Camus en Esa mujer y Bardem en Varietés-, pero por entonces Saritísima (como la bautizó Terenci Moix) ya empezaba a ser una caricatura de sí misma. Un temprano icono para la comunidad gay, que siguió llenando teatros con sus espectáculos musicales. «No veo a nadie que me suceda. Y mira que llevo cuarenta años retirada», se lamentó Sara Montiel en su 85 cumpleaños.