«Me importa un rábano», dice el cantautor de Sabadell de la censura
18 oct 2013 . Actualizado a las 17:32 h.Todo en la vida pública de Albert Pla (Sabadell, 1966) es un magnífico malentendido, en el que él, por cierto, se mueve como pez en el agua y que nunca se ha esforzado en aclarar. En su timidez, siempre se ha sentido cómodo oculto en ese personaje que le permite escurrirse sin dar explicaciones tras proferir unas cuantas boutades y otras verdades. Con solo 22 años, ganó en Jaén el primer premio de la Muestra de la Canción de Autor. Auspiciado por el Ministerio de Asuntos Sociales, editó entonces el disco Ho sento molt, una auténtica maravilla trenzada con las hebras del humor, la poesía, la provocación, la ternura y un cierto tremendismo narrado como si se tratase de un cuento para niños, un recurso muy utilizado por el intérprete barcelonés. De haber sido evaluado aquel álbum -quién sabe si la lengua catalana impidió al jurado y a los funcionarios la comprensión efectiva de sus contenidos- con el espíritu romo del concejal de cultura gijonés que ahora lo censura y le cierra el Teatro Jovellanos, en 1988 habría habido destituciones en masa en el ministerio y graves acusaciones vertidas por las mentes biempensantes siempre prestas a partirse la cara por lo políticamente correcto y por proteger a una sociedad supuestamente deseosa de ser protegida de no se sabe qué males de nuestro tiempo. Violaciones, crímenes de amor, traficantes de drogas, suicidas protagonizan unas canciones que no podrán entender los que ahora no entienden su «asco de ser español» o su ausencia de la cadena independentista de la Diada porque «estaba cantando en castellano en el Poble Espanyol de Barcelona en una fiesta charnega». Pla decía ayer que lamentaba el revuelo, pero que estaba acostumbrado a la censura -«me importa un rábano», insistía- y que esta imposición lo reafirmaba en sus manifestaciones. Nunca se ha postulado para la homilía o la adulación, ni para llamar a una u otra causa, no siendo la del humor y la crítica.
Es un poeta libérrimo listo para despertar dudas, un provocador. Y nadie contrata a un provocador para que le diga lo que quiere oír, como nadie va a un concierto punk para disfrutar la lírica de Benedetti. De ser así, los bufones dejarían la corte y al rey, y se apuntarían al paro.