Hasta ocho veces le djio no la Academia a Peter O'Toole. Tiene el honor del récord de la derrota. Ocho veces perdió el Óscar al mejor actor. Le dieron uno honorífico en el 2003 que amenazó con no ir a recoger, con una carta en la que decía, con humor, que él seguía en la pelea por el premio. A Lawrence de Arabia le vencieron auténticos gigantes de la escena. Si Gregory Peck le quitó con Matar a un ruiseñor la estatuilla a Lawrence de Arabia, nada menos que Marlon Brando, por El Padrino, y Robert De Niro, con Toro Salvaje, también le derrotaron. A otros que vio pronunciar un discurso que tenía que haber sido alguna vez de él fueron a Rex Harrison por aquel profesor de fonética en My Fair Lady, a John Wayne por Valor de Ley, a Ben Kingsley por Gandhi y, casi anteayer, a Forest Whitaker, por El último rey de Escocia. Así una y otra vez. Tal vez la derrota más incomprensible fue la de aquel año 68, cuando un desconocido Cliff Robertson le robó su Óscar con Charly. Aquel año Peter O'Toole lo había bordado con su segundo Enrique II en El León en invierno (ya había interpretado y optado al premio haciendo del rey británico en Beckett, y tampoco). Pero los récords se baten así. Hay que caerse para levantarse otra vez. Y eso fue lo que hizo con un estilo increíble, con una soberbia indestructible, el hombre de los ojos azules. Así es un poco la vida, también en el cine.