Qué bien se lo montaron algunos y que mal acabaron otros. German Coppini no entra en ninguno de los dos grupos prototípicos de la movida, es difícil de catalogar: no se reinventó como «artista multimedia», ni disfrutó de reality catódico propio; tampoco se quedó a las primeras de cambio en la carretera, como el malogrado Eduardo Benavente, ni sucumbió a los encantos de la heroína, it?s my wife and it?s my life, que cantaba Lou Reed. Como al poeta de Nueva York, a Coppini lo ha silenciado un tumor hepático.
Siniestro Total no habría sido posible sin él. Lo reconocen los supervivientes de aquel conjunto mítico, que ayer colgaron un comunicado en su web en el que recordaban cómo su ex compañero «siguió siendo amigo tras ese pistoletazo de salida» que fue ¿Cuándo se come aquí?, el álbum iniciático de la gran juerga viguesa.
Para Julián Hernández, «Germán era ecléctico por naturaleza, quizá el cantante más ecléctico que ha habido en España». Humilde y discreto, dejó los oropeles para otros, lo suyo eran las letras aceradas y punzantes que hoy en día suenan más actuales si cabe: «No mires a los ojos de la gente / me dan miedo, mienten siempre». Introvertido en lo musical y en lo personal, explicaba su versión de aquellos años en una entrevista en La Voz: «Mientras los de la capital se tiraban el rollo y miraban hacia otros países, nosotros rescatábamos un poco lo que teníamos más cerca. Creo que, de esa manera, Golpes Bajos éramos los más modernos de todos».