Órdago a la grande

CULTURA

23 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

onocí a Manu Leguineche en el año 1999 a través de Javier Reverte, que aquel verano daba el pregón de las fiestas de Brihuega. Manu y Javier eran amigos del alma, compañeros en la guerra de Yugoslavia, donde llegaron a romper el cerco y entrar en Sarajevo, y también eran despiadados rivales jugando al mus. A mí Manu me adoptó de inmediato. Vivía en el número uno de la plaza Manuel Leguineche, un palacete precioso, atestado de libros y periódicos atrasados que se amontonaban en pilas por la escalera de piedra. Y desde allí, como un príncipe de Salina, seguía la actualidad y, cuando alguien se la pedía, daba su opinión, con aquella modestia que le había dado fama. Manu era un sabio tímido, que solo sacaba el genio cuando perdía un órdago a la grande. Había dado la vuelta al mundo por el camino más largo, que él transformó en el camino más corto. El camino del buen periodista. Recuerdo que me puso a trabajar corrigiendo su libro sobre Australia, donde, no sé por qué, citaba con entusiasmo a Wenceslao Fernández Flórez, al malvado Carabel. A mí me hablaba también de Julio Camba, y de Camilo José Cela, al que trató bastante cuando, en los años oscuros, Cela se fue a vivir a Guadalajara. La modestia de Manu le hacía menospreciar su propia capacidad para la buena literatura. Se empecinaba en escribir rápido y contar la actualidad. Pero no sería siempre así. Cuando, ya en su retiro castellano, comenzó a redactar un diario, paradójicamente en la época de menor interés de una vida trepidante, dio forma a una pequeña joya. Se titulaba La felicidad de la tierra. En los últimos años, pagando el alto precio de su amor a la vida, estuvo alejado de todo; con poca vista para leer, su peor penitencia. Por eso de mi breve amistad con él me gusta recordar nuestra comida más disparatada: Javier Reverte llevó medio kilo de caviar conseguido de estraperlo, el que esto escribe una caja de percebes del Roncudo y Manu Leguineche puso la casa y el champán. Y brindamos por el Lúculo de Julio Camba.