Bernardo Atxaga: «Con ETA, unos escritores hemos tenido más presión que otros»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Atxaga llega mañana a Galicia con «Días de Nevada» bajo el brazo

11 nov 2019 . Actualizado a las 12:35 h.

Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) llega mañana a Galicia, donde será nombrado Escritor Galego Universal por la Asociación de Escritores en Lingua Galega, lo que lo integra en una nómina en que ya figuran Darwish, Poniatowska, Gelman o Gamoneda. Desde su casa en Zalduondo (en Álava, muy cerca de Navarra), Atxaga se reconoce afortunado. La calma envuelve la conversación, que se enreda morosa en el valor del silencio, de la naturaleza, en la importancia del tiempo. Cita a Enzensberger para insistir en que la verdadera riqueza, para vivir, está en tener espacio, silencio. «Todo el esfuerzo de nuestros padres iba dirigido a luchar contra la precariedad, poca comida, poca confortabilidad, poca información, todo era poquedad. Nosotros debemos luchar contra la abundancia, el exceso. La labor primera de la inteligencia es la selección. No es que sea importante, es esencial. Sin ello vives en un laberinto absurdo en que se te va la vida en nada, en cosas superficiales. Paradójicamente, en esta época que reduce todo a coste y beneficio, no hay tiempo, no hay buen tiempo, de disfrute». La conversación trata perezosamente de enderezar la dirección hacia Días de Nevada, el libro que Atxaga escribió durante una estancia becada en uno de los estados de EE.UU. con mayor vinculación a la diáspora vasca y al que intenta quitar el sambenito de novedoso.

-Viaja de Nevada al pasado y la infancia con gran soltura.

-En mi memoria no hay tiempo. Dentro de la mente, compartimentamos memoria, sentimiento, pensamiento; desde el punto de vista científico se justifica, pero dentro de uno no está diferenciado. Las asociaciones no son mecánicas, existen. El profesor Valverde decía que todas las mañanas al despertarnos, qué es lo que nos pone otra vez en el mundo: la memoria. Sin memoria no somos nada.

-Y en Nevada se reencuentra con Uzcudun, el boxeador.

-La historia de Paulino Uzcudun es un fantasma que me acompaña desde la adolescencia. Mi padre lo conoció y en mi pueblo natal lo conoce todo el mundo. He escuchado sus historias toda mi vida. Era guipuzcoano de Régil, un pueblo separado del mío por un monte. Viene del mundo del deporte rural, de los aizkolaris, el mundo de Obaba. Alrededor de él he pensado mucho las relaciones entre deporte y fascismo, y entre boxeo y fascismo. En Italia ocurrió con Primo Carnera y Mussolini, y en España está Uzcudun, con Franco. Ese mundo me resultaba propio. Fui a Nevada y, por un azar, encontré su campo de entrenamiento y supe que allí fue donde peleó con Max Baer, campeón del mundo de los pesos pesados. Pero Uzcudun volvió y una leyenda terrible se creó en torno a él.

-Hay biografía, cuentos, ensayos, diario, crónica de viajes...

-Sí. Las piezas son de diferente tamaño, color, textura. Lo que ocurre es que dentro llevan elementos semejantes, que se relacionan, que les dan coherencia final. La violencia, el crimen, el secuestro sobrevolarán la historia, harán que nada quede suelto. Toda pieza que no hallaba justificación fue sacrificada, aunque me gustase mucho.

-Son historias muy distintas, una estructura compleja.

-Como estructura está hecho a base de piezas como Obabakoak. Se parece más a Obabakoak que cualquier otro libro mío. Toda narración es una sucesión de elementos en la que el orden es muy importante. Yo opté por ordenar la narración en piezas, como una crónica, un dietario, que se van transformando, por una serie de repeticiones, de elementos que aparecen una y otra vez, helicópteros, serpientes, caballos, violadores, y que a través de esa repetición van adquiriendo ritmo, conformando una unidad que acaba como novela. Hay otras novelas mías que no tienen la coherencia interna de este libro.

-Muchos tiene a «Obabakoak» por su obra maestra. ¿Eso le supone presión para escribir?

-Ninguna. Cada libro empiezo desde cero. No miro hacia atrás. Y ya no me gusta tanto mostrar los andamios y ser quizá tan espectacular como en Obabakoak. Hoy huyo de esa exhibición juvenil, y procuro ser más sutil.

-La realidad conmina a que la literatura la aborde. Con el final de ETA la literatura, como la vida, será más libre. ¿Ha notado una bajada de presión?

-Sí y no. Parafraseando a Sartre, el infierno son los otros. Durante mucho tiempo para mí el tema de ETA fue un peso tremendo. Los escritores, la literatura... con perdón, todos somos aquí muy diferentes, unos hemos tenido más presión que otros, por decirlo suavemente. Para mí sí ha sido un cambio grande. Para otros supongo que no: ni tenían presión, ni la pretendían, ni se la hicieron, ni se la buscaron. La historia se contará de muchas maneras, pero aquí algunos hemos tenido mucha presión y otros muy poca. Para mí ha sido una liberación.

-Pero la literatura tiene que intervenir en la realidad, ¿no?

-Hay que entrar en los temas. Todo lo que no entra en lo real acaba siendo un decorado; sinceramente, un arte decorativo. Y se entra o no se entra en los temas, se tocan o no se tocan. Por ejemplo, en El hombre solo planteo que en una lucha armada el que muere primero es el niño, el inocente. O entro en el tema de la tortura. Y quien entra en esos temas que se atenga a las consecuencias. Es lo que me ha pasado. He tenido mucha presión, de muchos lados, mucho tiempo. El hecho del fin de la violencia me permite aislarme con mayor facilidad, aislarme, estar solo. Y puedes por fin seguir tu propia nariz, lo que te indica tu propia nariz. Pero lo cierto es que si entras en los temas, siempre hay presión. La vida nunca es del todo fácil.