Akin convierte en cartón piedra el genocidio armenio en «The Cut»

JOSÉ LUIS LOSA VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

ETTORE FERRARI

El nivel de la Mostra de Venecia cayó este domingo con el último trabajo del alemán

01 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Tal vez aquejado de la resaca tras el sábado Al Pacino, el nivel del concurso cayó ayer, sobre todo en lo que se refiere a uno de los autores estelares de esta 71.ª Mostra, el alemán de origen turco Fathi Akin. Tras cinco años sin dirigir, desde Soul Kitchen, se presentó con The Cut, película ambiciosísima que abarca la reconstrucción del genocidio armenio por los turcos en 1915 y, no solo eso, el trayecto del protagonista sobreviviente por medio mundo (Mesopotamia, La Habana, Dakota) en busca de sus hijas. El brusco salto de Akin desde el cine suburbial que le dio fama al territorio de la superproducción le provoca un shock digestivo: desde los primeros planos, la pantalla proyecta cartón piedra, impostura, inadaptación dramática. Asisto al holocausto armenio como si no fuese conmigo, porque me parece ver la claqueta en todo momento, mientras se producen avatares carísimos, reconstrucciones en estudio de la Turquía de comienzos del siglo XX, de los campos de batalla, de La Habana perdida. La torpeza de Akin se hace gravosa de modo permanente, provoca incluso comicidad no intencionada. Recorro continentes, guerras, destrucción, y solo siento lástima por tanto dinero mal empleado, y por la factura que este destrozo le pasará a la carrera de Akin.

Aún no repuesto del estropicio, el día nos reservaba más desierto, más combates, más sangre, más sopor. Loin Des Hommes, del casi ignoto David Oelhoffen, nos sirve a Viggo Mortensen como profesor abnegado de una escuela en medio de la guerra de independencia de Argelia. Su intención de mantenerse al margen de la melée es inútil y le fuerza a pringarse, todo en la línea del cine épico norteamericano. Pero Loin des Hommes no posee el menor pulso de ese clasicismo que busca: es cine amortajado, plano hasta la irritación, interminable en la noble labor de Mortensen por salvar a un argelino al que todos quieren linchar. Dura 110 minutos y parece un lustro.

La jornada la redime el italiano Saverio Constanzo con la perturbadora Hungry Hearts. Arranca de modo fulgurante como una comedia romántica y, sin tiempo a escudarse, se interna en la maternidad como estado de desvarío, de locura saturnal, con una soberbia Alba Rohrwacher como la madre que quiere a su bebé hasta la insania. Y el espacio oclusivo de un apartamento se transforma en un escenario inquietante, morboso, casi un Rosemarie's Baby sin otros demonios que los de la cordura trastornada. Es cine sabio en el manejo de la violencia ambiental. Y te pilla sin aviso, te rompe el esquema previsto y te conduce a una zona de sombras y autodestrucción no apta para todas las sensibilidades.