«La Trattativa» aborda las relaciones entre el estado italiano y la mafia

La Voz

CULTURA

La película turca «Sivas» genera protestas en la Mostra de Venecia por supuesto maltrato de perros

04 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Siento un respeto grande, casi diría admiración, por Sabina Guzzanti. Es una figura muy popular en el mundo de la escena y, sobre todo la televisión italiana, donde se disfraza en aceradas sátiras políticas. No contenta con esto, Guzzanti se lanzó a combatir al berlusconismo rampante en 2004, cuando aún le quedaba una dura travesía del desierto, en Viva Zapatero. Y redundó en Draquila, donde trataba cómo el terremoto de L'Aquila fue aprovechado por las constructoras afines al Cavaliere para terminar de destrozar la pequeña villa y su centro histórico.

Por eso respiro eufórico La trattativa, presentada con expectación en esta Mostra. Guzzanti amplía su ambición. Nos cuenta la entente no siempre cordiale de la mafia siciliana con el estado italiano, con sus gobiernos hasta las más altas instancias. Centra su lupa en lo sucedido desde el desmoronamiento de Tangentopoli, cuando derribado el tradicional sistema de partidos, y el amparo que Giulio Andreotti daba en él históricamente a la onorevole societá, la inquietud y la orfandad llevó a dos años de plomo y dinamita, a los asesinatos de los jueces Falcone y Borselino. Hasta que surgió Berlusconi, que fue el nuevo mástil amigo de la mafia. Y Guzzanti se remonta a sus relaciones con el crimen organizado ya en 1982, cuando comenzaba a labrar su fortuna con la construcción de Milano-2. Y a su maridaje con Marcello D'Ultri, cofundador junto a Berlusconi de Forza Italia y condenado por mafioso. Hay mucha dinamita dentro de La trattativa. Y conviene apuntar hacia otro film visto aquí estos días, Belluscone: Una historia siciliana, donde Franco Maresco también cerca las amistades peligrosas del magnate a partir de sus relaciones con un productor musical de ídolos juveniles en los arrabales de Palermo.

Tanto Guzzanti como Maresco vienen de atrás en su pugna con este desastre italiano contemporáneo. Por eso, su cine no es oportunista leña al mono por fin noqueado, sino noble y certera conclusión de una obra fílmica y necesariamente cívica, cine de combate sin perder el humor.

La competición sigue cuesta abajo y comienza a boquear. La turca Sivas, del debutante Kaan Müdjecki, es una torpe película donde, bajo el pretexto de contar la pérdida de la inocencia de un niño en una aldea de Anatolia, el director pasa varios pueblos de la mirada poderosa de su joven protagonista y se obceca en lo único que cree tener como carnaza dramática: unas peleas de perros filmadas con crudeza insólita, tanto que provocó numerosos abucheos y la exaltación de un crítico que mostró ostentosamente su enfado frente a la pantalla. Y viene a la memoria Furtivos, Lola Gaos, y aquellos otros perros de gran escándalo en la España de la transición.

La otra película a concurso, la francesa Le dernier coup de marteau, de Alix Delaporte cuenta el despertar de otro adolescente, éste hijo no reconocido de un director de orquesta que ensaya la 6ª de Mahler. Su pulso es tibio, errático, irrelevante. Al menos no hay maltratos y hasta el cine francés adopta en ella a Candela Peña y Tristán Ulloa.