La película de Andrew Niccol no ha convencido en el Festival de Venecia por un desenlace que parece pensado para la taquilla
05 sep 2014 . Actualizado a las 20:37 h.Ethan Hawke abre el debate moral sobre el uso de drones en las guerras con Good Kill, de Andrew Niccol, en la que interpreta a un esquizofrénico piloto estadounidense que se pasa doce horas al día matando talibanes desde un cuarto oscuro en Las Vegas. La película, su reencuentro con el director de Gattaca y El señor de la guerra, ha cerrado este viernes la competición oficial por el León de Oro en la 71 edición del Festival de Venecia, entre débiles aplausos y algún que otro abucheo por un desenlace que parece pensado para la taquilla.
«Creo que la historia se limita a mostrar la complejidad del asunto, sin decantarse por ningún lado», ha dicho Ethan Hawke en rueda de prensa en Venecia, acompañado por Niccol y sus compañeros de reparto, January Jones (su esposa, en la ficción) y Zoe Kravitz. «Se trata de toda una generación de soldados que se tienen que plantear preguntas que nadie se ha hecho antes, que se pasan el día combatiendo a los talibanes y luego van a recoger a sus hijos al colegio, con el caos mental que eso supone», ha explicado el actor, padre de cuatro hijos en la vida real.
Aunque el Departamento estadounidense de Defensa se negó a colaborar en el filme, tanto Ethan Hawke como Zoe Kravitz, compañera de una tripulación capitaneada por Bruce Greenwood, mantuvieron entrevistas con expilotos de drones para preparar sus personajes. «Lo que descubrimos es que es increíblemente aburrido, se pasan horas metidos en una caja y muy a menudo sin hacer nada», apuntó la hija del músico Lenny Kravitz. «Para mí fue fascinante», matizó Hawke. «Antes de hacer esta película, no tenía ni idea de cómo funcionaba este nuevo tipo de guerra. Es algo que no queremos ni pensar. Un tipo de arma increíblemente efectiva, pero que plantea una grave cuestión moral».
En un momento dado, el guión lanza una pulla al actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ironizando con la concesión que le fue hecha del Premio Nobel de la Paz, pero Niccol, el director, cree que la eventual crítica puede ser extensiva a los republicanos. «El programa de drones es completamente bipartidista. Empezó con George W. Bush tras los ataques del 11-S y se extendió con Obama. Es de las pocas cosas en las que todo el Congreso norteamericano ha estado de acuerdo», afirmó.
Hay más latigazos evidentes, como cuando el personaje de Kravitz se pregunta «desde cuándo nos hemos convertido en Hamás», pero Niccol insistió en que su idea era no tomar partido. «No creo que pueda calificarse como una película prodrones ni antidrones; en todo caso, es una fábula de advertencia», dijo.
El tema de la complejidad moral no es nuevo para el cineasta, que ya lo exploró en la cinta de culto Gattaca (1997), protagonizada por Ethan Hawke y Uma Thurma. La diferencia es que aquí no se trata de un contexto futurista, aunque a veces lo parezca. «Orwell se revolvería en su tumba si oyera conceptos bélicos como guerra preventiva o proporcionalidad», apuntó Niccol en Venecia. «También la idea de Las Vegas como ciudad del pecado de trasfondo es completamente propio de la ciencia ficción», añadió Ethan Hawke.
Dramas desde Rusia
Ethan Hawke ha compartido protagonismo en la sección oficial con el director ruso Andrei Konchalovsky, que ha presentado un delicioso docudrama sobre la vida rural en Rusia. Basado en una investigación real y protagonizada por actores no profesionales, The Postman White Nights cuenta la historia de los habitantes del entorno del lago Kenozero, en el norte de Rusia, una pequeña comunidad aislada que mantiene los hábitos de vida de sus ancestros.
El cartero del pueblo, Aleksey Tryaptisyn, es la única conexión que tienen con el mundo exterior, hasta que un día alguien le roba el motor de su barca y la mujer de la que está enamorado se va del pueblo en busca de una nueva vida. Konchalovsky, hermano del director y actor ruso Nikita Mijalkov y coguionista de Tarkovski en Andrei Rublev, ha explicado que la idea le vino al leer en la prensa una terrible estadística según la cual, en los últimos cinco años, el número de pueblos ha disminuido de 51.000 a 34.000, y que la mayoría no tiene más de 10 habitantes.
La paradoja, cómicamente reflejada en la película, es que, mientras esas personas viven sin servicios básicos como médicos, electricidad o policía, no muy lejos de ahí la poderosa maquinaria del gobierno es capaz de lanzar cohetes al espacio. Konchalovsky se llevó el León de Plata del Festival de Venecia en 2003 con Dom durakov, ambientada en un asilo psiquiátrico de Chechenia.