El mundo de la música se rinde ante «Popular Problems», su nuevo disco
21 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.La escena solo se puede comparar con casos de gigantes como Johnny Cash o Bob Dylan. Leonard Cohen (Montreal, 1934), uno de los grandes mitos de la música popular del siglo XX, entraba en el nuevo siglo en edad de jubilación, con un estilo propio macerado álbum a álbum y uno de los currículos más brillantes de su gremio. En lugar de apartarse de todo o vivir de rentas pasadas, optó por dejar boquiabiertos a varios públicos -los que lo conocieron con So Long Marianne en 1967, quienes se subieron al carro con I'm Your Man (1988) y los revisionistas que quisieron acercarse al mito a posteriori- con su particular Aquí estoy yo.
Lo saben bien los gallegos que pudieron disfrutar de sus conciertos en Vigo (2009) y Ourense (2010). Allí, este hombre de seductora voz ronca y al ralentí que hoy cumple 80 años, llenó de significado la palabra grandeza. En Castrelos y el Pabellón Paco Paz ofreció dos conciertos sublimes con un repaso a su trayectoria, de esos que agotan los suspiros. Ya había hecho saltar todas las alarmas con su intervención en el Festival Internacional de Benicássim del 2008, enamorando y enamorándose en el joven escenario. Pero allí, en aquellas dos actuaciones gallegas, desplegándose en toda su inmensidad, certificó su condición de mito.
La historia de su regreso es de sobra conocida. Kelley Lynch, su mánager y durante algún tiempo incluso su amante, había dejado a Cohen en la bancarrota en el 2004. Mientras él se encontraba de retiro espiritual en un monasterio budista de Los Ángeles, ella se dedicaba a desviar dinero de las cuentas que administraba. Se llegó a hablar de cinco millones de dólares. Sea como sea, se trataba de un generoso colchón con el que Cohen preparaba una jubilación sin tener que volver a cantar nunca más en su vida.
Recibimiento espectacular
Es por ello que entre los cientos de miles de fans que posee desperdigados por diferentes países, Kelley Lynch despierte cierta simpatía. Sin ella, el mundo se quedaría sin este Leonard Cohen crepuscular que está escribiendo algunas de las páginas más brillantes de la música contemporánea. Incluso puede que sonría ante la jugada que le deparó el destino. En aquel concierto de Benicasim, impresionado y sin poder contener la media sonrisa, miraba absorto el recibimiento espectacular que le estaba dando la generación de Arcade Fire y The Strokes.
Actuaba por la tarde. Arrodillado, cantando Dance Me To The End Of Love con el el puño cerrado, era aplaudido y ovacionado a cada pliego de la canción. La magia se conjuró y la actuación alcanzó su momento cumbre con un Hallelujah! eterno. No solo certificaba la vigencia de Cohen, sino que le daba alas para volver a la carretera. Al margen del dinero, su directo transmitía placer y emoción pura. El hecho de que en las giras posteriores lo llevase a una duración insólita hoy en día (en Vigo y Ourense rozó las tres horas) lo certifica.
Entonces, lo único que se le podría reprochar al cantante era la ausencia de material nuevo. Alguno ya se había mostrado en vivo, pero en el 2011 se metió en el estudio para registrar Old Ideas. Editado a principios del 2012 confirmaba el estado de gracia del autor no solo en lo interpretativo, sino también en lo creativo. Sus nuevas canciones poseían la hondura y la calidad de la leyenda.
A los ojos de la muerte
Pero, además, mostraban a un hombre mirando a los ojos a la muerte con serena poesía. «No tengo futuro / sé que mis días están contados / pensé que me quedaría el pasado / pero la oscuridad también se adueñó», cantaba en The Darkness. Se equivocaba. Su futuro se llamaba Popular Problems, el disco que saldrá a la venta el 23 de septiembre. El que hace que todos sus fans suspiren por una nueva gira.