Nélida Piñón, la niña que comía cuentos

marcos fidalgo RÍO DE JANEIRO / E. LA VOZ

CULTURA

Renata Dias

Antes de viajar a Galicia para su investidura como académica de honor de la RAG, la escritora recuerda su infancia y sus antepasados gallegos

23 sep 2014 . Actualizado a las 10:51 h.

Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937) reside en el barrio de la Lagoa de su ciudad natal, con sus mascotas Gravetinho y Suzy, en una casa con sus cuadros, diplomas, imágenes de santos y piezas de cerámica gallega. El hogar de la escritora es un relicario de su obra, su cultura, su vida y sus morriñas. «La casa es el espacio de la libertad extraordinaria», dice. «Los sentimientos empiezan en la casa, después van mundo afuera. El paladar, la música, son aguzados en la casa, es en la casa que surgen las nuevas estéticas, las grandes pautas civilizadoras», añade.

Suzy se pone al lado de Nélida y recibe sin protestas los cariños del periodista, mientras su dueña pasa a hablar de la infancia. «Yo tenía una enorme hambre intelectual, alimentada sobre todo por mi familia», evoca. Nélida recuerda que el padre le abrió una cuenta en una librería para que eligiera las obras que quisiera. De aquellos años, la escritora todavía conserva los marcadores de páginas, elementos que constituyen la camada palpable de su pasado. Para ella, no hay vida sin memoria, patrias sin leyendas, siglos sin otros siglos, individuos sin antepasados. «Uno es la sucesión de sí mismo y de toda la humanidad», afirma.

La perra se escapa y no escucha a la escritora recordar a su madre, que la perseguía por la quinta para darle la sopa. Nélida solo paraba y comía si la madre le contaba un cuento. Su alimentación no era puntuada por cucharadas, sino por líneas. Sus labios se cerraban en los puntos y se abrían en las comas. Aquellas comidas, rebozadas en narrativas, fueron nutriendo su alma de creadora. «Mi madre contaba historias para que yo me quedase fuerte, para que yo creciera». Ya el abuelo, gallego mundano, le enseñó lugares, comidas y bebidas, además de maneras de cómo se debe encender un charuto. «Al cruzar el Atlántico y venir a Brasil, mi abuelo me dio la oportunidad de ser una persona de doble cultura, y de no volverme parroquial», recuerda.

Todos los tiempos

Por tener un origen lejano, Nélida se interesó en desvelar el tiempo y averiguar el horizonte del pasado. «Descubrí que podía recorrer las edades y legar hasta los griegos y adonde más yo quisiera». Por ello, Nélida no es una persona de su tiempo, sino de todos los tiempos. Es una representante de la existencia, capaz de albergar el universal, el trascendental, el abisal.

En los próximos días, Es probable que Gravetinho, que además cumple ocho años, y Suzy sientan la falta de Nélida, que viajará a Galicia para su investidura como miembro de honor de la Real Academia Galega y participar en los actos de celebración del 25.º aniversario del PEN Club de Galicia. «Y para usted, ¿qué importancia tiene este homenaje?». «Es una emoción muy grande», responde la autora. «Todo lo que viene de Galicia pasa por el corazón y por la memoria».

Nélida estuvo por primera vez en Galicia a los 10 años. Al principio, le asustaron el frío, las ropas oscuras y los silbidos de las equis. Pero cuando vio en Cotobade la capilla de Nuestra Señora de Lourdes, la niña y Galicia se dieron la mano. «Fue el descubrimiento de la práctica de la felicidad», resume la autora, que lleva en uno de los dedos el anillo de doctora honoris causa de la Universidade de Santiago de Compostela. «Duermo con él, despierto con él, no lo saco por nada», confiesa.

Brasil y Galicia

Como Gravetinho no aparece, es fácil pensar si el perro no sería una invención de Nélida, igual que Madruga, el protagonista de A república dos sonhos, novela publicada hace ahora exactamente treinta años. La obra cuenta no solo la trayectoria de Madruga, sino también la historia de Brasil y de Galicia, de vencedores y vencidos, soñadores y fracasados, aventureros y anclados. «Nélida, la villa de Sobreira, que relata en la obra, ¿existe en la realidad?». «No, es una invención. Pero ha sido inspirada en Cotobade», aclara.

El almuerzo ha sido preparado por Nélida, que dispensó a su asistenta del encargo de hacerle la comida: «Me gusta todo lo que me humanice y me saque de cualquier pedestal». Como a la escritora le apetece comer un pollo, agradece la dirección de un sitio en Copacabana donde lo cocinan muy bien. Precisamente el restaurante está delante de la estatua de Drummond, uno de los amigos de Nélida, que, además del poeta, se hizo amiga de numerosos autores y artistas.

Poco antes de la despedida, Nélida todavía esperaba invitados para la fiesta de Gravetinho. Antes de cerrar la puerta promete al periodista que una vez en Galicia se tomará un caldo gallego a su salud, en recuerdo de sus antepasados, que un día se subieron a un puerto de Vigo e hicieron posible el encuentro.

«Todo lo que viene de Galicia pasa por el corazón y por la memoria»