«Nadie quiere la noche» recibe una gélida acogida en la apertura de la Berlinale
06 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Isabel Coixet es una notable emprendedora. Mientras decenas de cineastas talentosos tratan de sacar adelante sus proyectos en España, ella ha logrado armar una coproducción con Francia, ha reclutado a Juliette Binoche y se las ha ingeniado para convencer al equipo de la Berlinale no solo para tener su película en competición, sino para apoderarse de la gala de inauguración, escaparate publicitario mayúsculo. Supongo que eso es hacer mucho por la «marca España». Pero, ya está dicho, la cultura no es mercancía, sino un arte. Y como creadora, la vacuidad de Coixet es tan inmensa como su facilidad para vender imagen.
En Nadie quiere la noche, Juliette Binoche es la mujer del explorador ártico Robert Peary. En su búsqueda del marido extraviado en la odisea del Polo Norte, su periplo infausto concluye refugiada en un iglú junto a una mujer inuit embarazada de Peary. En ese interregno ha pasado por la película Gabriel Byrne, o su caricatura desdibujada, a la que Coixet se quita rápido de en medio. Porque lo que chulea es tener muchas poses de Binoche en solitario entre la tempestad, todo como muy Caspar Fiedrich de guardarropía.
Lo que mola es la idea «emprendora» de dos mujeres esperando al mismo hombre en un iglú. Ah, la nativa es en realidad la japonesa Rinko Kikuchi, actriz fetiche de Coixet y protagonista ya de aquel Mapa de los sonidos de Tokio que se recuerda como uno de los trompazos históricos en el Cannes de la última década. Así que, para encarnar a la inuit, Rinko Kikuchi. Japonesa, esquimal, es igual.
Los diálogos entre ambas, parte central de la historia, son algo así los de Tarzán y Chita, pero quieren transmitirnos la emoción del encuentro de civilizaciones. Todo en la película es falsario, cruelmente enfático: la música diegética de Caruso sonando en un comediscos en medio de la tormenta, el parto de la japonesa Kikuchi, la peor interpretación en la carrera de Juliette Binoche. Y el argumento central del filme, el de la brutal fuerza de la naturaleza desatada, es un agujero blanco por el cual la directora española cuela su mercancía de cine sauvage y cool, y le hace un gol esquimal a la Berlinale y al arte del cine. Marca Coixet.