El Guggenheim de Bilbao exhibe un centenar de obras de Jean-Michel Basquiat que retratan todas las inquietudes del artista neoyorquino
03 jul 2015 . Actualizado a las 17:54 h.En el título de la exposición de Jean-Michel Basquiat que hoy se inaugura en el Guggenheim Bilbao están implícitas las intenciones de la muestra. Ahora es el momento es un fragmento del mítico discurso de Martin Luther King y también un tema de Charlie Parker. Pero además es ahora, con el paso del tiempo, cuando su pintura se revela más vigente, poderosa y singular. Ahora, cuando Basquiat ya no representa la frescura e insolencia de un artista anónimo y callejero, ahora es cuando su pintura puede ser mirada con la distancia necesaria.
La gran maquinaria del arte contemporáneo presta muchas veces más atención a las etiquetas que a los contenidos. Basquiat fue uno de los elegidos para trasladar el arte de la calle al museo. De sublimar el grafiti, colocarlo sobre un bastidor y venderlo en las más exclusivas boutiques de Chelsea. Pero ese mito del artista salvaje y marginal, tan al gusto de la burguesía adinerada, no respondía del todo a la realidad. Basquiat pertenecía a una familia de clase media y en su formación podemos rastrear un profundo conocimiento de la historia del arte. De hecho, en su discurso conviven elementos extrañamente contrapuestos. El hip hop y la música clásica. Las desmañadas prácticas grafiteras y profundos conocimientos de anatomía y dibujo. La proclama y la poesía. La palabra como vehículo de sensaciones.
Traducción pictórica
Para Basquiat todo tenía una traducción pictórica. Cuando empleaba el cómic lo hacía para poder contar una historia más al detalle. Dibujaba palabras, que luego tachaba, para potenciar nuestras ganas de leerlas. Colocaba mensajes cifrados como caballos de Troya cargados de subversión. Luego la gran paradoja del arte lo desbarata todo. Andy Warhol vendía obras intrascendentes para un público ávido de consumo y lujo. Basquiat vendía mensajes cargados de política y crítica social a los mismos ricachones. El mercado es capaz de pesadas digestiones. Aun así, en las obras realizadas a cuatro manos por los dos artistas, presentes en la muestra, la rebeldía de Basquiat permanece intacta. De alguna forma Basquiat profana la pulcritud epidérmica de Warhol. Ensucia su mirada de papel cuché. Cuentan que a Warhol le entraron ganas de pintar. Ya era hora.
En las más de cien obras de la exposición están presentes todos sus inquietudes, articulados en áreas temáticas. Su primer estudio es la calle. El grafiti conceptual su primera gramática. Más tarde traslada objetos de la calle al estudio como un povera enrabietado. Comienza a componer los símbolos de su iconografía. La corona sobre todo. La corona la ciñen destacados atletas negros. Jugadores de béisbol, boxeadores, escritores y músicos. Hay un espíritu casi tribal. Entre héroes y santos. A veces guerreros. Símbolos de la más gloriosa negritud. En un país de desigualdades raciales tan acusadas, Basquiat anticipa asombrosamente en su obra La ironía de un policía negro, de 1981, los recientes sucesos de Baltimore. Como si fuera ayer. Ahora es el momento.