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Joaquín del Valle-Inclán: «Todo esto del hambre y la bohemia de Valle-Inclán es solo un mito»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

XOÁN A. SOLER

Joaquín del Valle-Inclán lleva 30 años investigando la vida de su abuelo. Ahora pone en común esos conocimientos en una biografía para acabar con los tópicos

16 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En enero se cumplirán 80 años de la muerte de Ramón del Valle-Inclán (Vilanova de Arousa, 1866-Santiago, 1936). La obra del padre del esperpento brilla hoy como nunca, pero se lee o se representa [muy poco] como siempre. Su figura conserva todo su poder de seducción, muchas veces sustentado sobre falacias. Su nieto Joaquín del Valle-Inclán (Compostela, 1953) ha decidido poner los puntos sobre las íes, con rigor y sin novelas, advierte, en su ensayo Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno, que Espasa lleva mañana a las librerías.

-¿Por qué cree necesaria una nueva biografía de Valle-Inclán?

-Llevo 30 años investigando sobre Valle-Inclán. Acumulé datos y más datos, y al final me planteé hacer una biografía. Empecé a trabajar con Manuel Alberca, y por diferencias irreconciliables nos separamos. Pero Alberca se apropió de toda mi investigación [hace solo unos meses el catedrático manchego publicó La espada y la palabra, que ganó el premio Comillas].

-La obra de Alberca partió del mismo punto que la suya.

-Sí, trabajamos varios años. Hay archivos y e-mails que lo corroboran. El problema está en que para mí la clave de una biografía es el rigor. No se pueden afirmar cosas que se desconocen. No puedes decir que Valle era una persona muy reservada, muy seria y concluir, como Alberca, que Valle evita cualquier confidencia o confesión creíble porque consideraba esto algo execrable, un síntoma de debilidad. ¿Cómo lo sabe? Hacer psicología y juicios de intenciones de una persona a la que solo conocemos por fotografías es poco riguroso. Yo no analizo psicológicamente a Valle porque no hay material. No hay unas memorias y la correspondencia privada, escasa, rarísimamente deja entrever su estado de ánimo o su vida interior.

-¿No es posible llegar al Valle ese que decía que se ocultaba detrás de cien máscaras?

-No. Yo solo trazo unos hitos de vida. Y lo que podemos deducir con cierta seguridad. Lo demás no hay manera de saberlo. ¿La infancia? Vete a saber cómo fue su infancia. La biografía se considera hoy un género de ficción. Yo lo que procuro es que tenga la mínima ficción posible.

-Pero la biografía de Alberca es también una defensa del dato.

-Del dato que no es suyo, que me expolió... Y lo demuestro.

-¿Sus trabajos así se solaparán?

-El mío es un texto sensato, claro y con sentido común, cronológicamente dispuesto. Aparte de un enfoque distinto, evito conscientemente todo afán literario.

-¿La tentación de interpretar los datos será mucha?

-Nunca la tuve. Es la historia de una vida. Mi acuerdo con Alberca era que él redactaba y yo proporcionaba la documentación, pero Alberca novelaba: el niño Ramón se paseaba por la huertas de Vilanova rompiendo sandías con el sable de su bisabuelo el granadero. Esto es disparatado, una invención. Yo solo cuento cómo fueron las cosas. Sabemos, por ejemplo, que no era pobre, que sí pasó unos años difíciles. Cuando se marcha a Madrid en 1895, Valle-Inclán es funcionario con un sueldo de 2.000 pesetas anuales. En un puesto de los que se llaman momio, es decir, no tenía que asistir. He elegido los recuerdos de quienes tuvieron mucho trato con él. Ricardo Fuente dice en 1897 que «su vida es regalada». Todo esto del hambre y la bohemia es solo un mito puro y duro. Solo cuando pierde el brazo y el momio padeció dificultades, pero aun así siempre tuvo casa y servicio doméstico.

-¿Después se recupera?

-En sus cinco primeros años en Madrid apenas publica un librito, Epitalamio, y poquísimo en prensa. En el año siguiente triplica lo editado. Tiene que vivir de la literatura, era un escritor profesional. Ya no tenía el empleo ministerial. Pero, ¿quién es pobre y quién rico? Si se compara con la mayoría de madrileños, Valle vivió bien, no según sus expectativas pero no pasó hambre.

-¿No tocó la fortuna familiar?

-Parto de la base de que sí, pero su padre, un hombre acaudalado, murió sin testar. Fueron vendiendo propiedades y Valle tuvo que recibir algo. Tanto su mujer como dos de sus hijas vivieron cómodamente, de rentas, toda la vida. Y en los funerales se dejaron un pastón: el del padre de Valle concitó once sacerdotes.

-Eran usos de aristocracia.

-Sí. Su familia hizo patrimonio gracias a la restauración y a la compra de los bienes de la desamortización. Su padre había recibido además dos herencias suculentas. Era un liberal con el suficiente dinero para que sus hijos hicieran carrera universitaria.

-Y aunque se llegó a hablar de filocomunismo, Valle siempre tuvo nostalgia de aristócrata.

-Era carlista. Reflejaba sus valores, que se oponían a la novedad industrial. Eso estaba en el carlismo: dios, patria y leyes viejas. Siempre fue de derechas. En Roma quedó pasmado con la obra de Mussolini. No es que le gustara el fascismo, sino el conductor de masas. No es tanto la raza como el visionario que tiene un proyecto para la sociedad. La idea de partidos, democracia, parlamentarismo jamás sale de él.

-¿Qué fue lo más sorprendente que descubrió de su abuelo?

-El uso del hachís. Las drogas eran un producto común y para todo a comienzos del siglo XX, cocaína, heroína... Él empezó con el cáñamo índico por problemas médicos, de vejiga, pero pronto experimenta y aumenta la dosis. Lo usa para sus experiencia místicas, explora la mente, su espiritualidad. Es la búsqueda de esa religiosidad heterodoxa que nadie quiere ver en Valle pero que está en toda su obra: se declara católico pero los autores que cita son herejes, cree firmemente en Dios, pero no en los rituales oficiales.

«Él dijo que México lo había hecho escritor. Allí halla el modernismo»

No se sabe si Valle escribió mientras fue estudiante en Santiago, pero «publica muy poco». Lo que sí tenía era la vocación. «Sin duda. Antes de Femeninas (1895) -recuerda su nieto- ya trató de publicar un libro en Vigo. Pero lo de escribir para el público no fue algo que pensase de inicio. Su objetivo, podemos suponer, era crear la literatura que le diese la gana sin estar sujeto al problema de ventas».

-¿El primer viaje a México fue una experiencia clave?

-Fue como redactor periodístico, pero enseguida tiene la idea de escribir unas biografías de escritores. Él dijo que México lo había hecho escritor. En la primera visita, en 1892. ¿Qué descubre allí? El modernismo, cosa que en España ni se conocía. Él quedó asombrado por el modernismo porque halló su voz. Antes es un escritor titubeante. Mire si le impresionó México que usa versos de un poeta que allí conoció, Díaz Mirón, para hacer citas dispersas por su obra, Luces de Bohemia, Tirano Banderas...

-El éxito no rozó su teatro.

-La mayoría de su teatro nunca subió a los escenarios, ni tenía público ni tenía actores. Era demasiado moderno para su época, se consideraba inmoral, indecente, lúgubre. La censura le persiguió toda su vida, hasta el año 35. Y él se autocensuró varias veces; no tuvo más remedio.

-Pero tenía admiradores.

-Una élite reducida. El público estaba muy lejos. El ruedo ibérico, una de sus grandes obras, se comenzó a editar en 1926 y 80 años después creo que tenemos cinco ediciones. «¿Cómo será la literatura del año 2000?», le preguntó un periodista en 1932; y Valle le contestó: «No lo sé, si no ya la estaría haciendo». Yo admiro su independencia, voluntad de hacer, de innovar, su ambición. Si no me entienden, pensaba, qué se le va a hacer. 

-¿Echa de menos en Galicia un mayor reconocimiento de Valle?

-Sí. Tanto de Valle como los hermanos Camba, Pardo Bazán o Cunqueiro. Si voy a Irlanda y digo que Joyce es un autor irlandés, todo lo el mundo está de acuerdo, aunque en su vida no haya escrito una palabra en gaélico. Y para ellos es un orgullo. Aquí hemos decidido que solo hay una literatura, la que está escrita en gallego. Y eso que se han empeñado en que Rosalía es el gran icono, aunque ni el 1% de su obra está en gallego. Cualquiera que lea Divinas palabras dirá que está ante un autor gallego.