Marta Sanz: «Como escritora me pongo máscaras que en el fondo me dejan desnuda»

Ana Abelenda Vázquez
ana abelenda REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

MARCOS MÍGUEZ

La autora de «Farándula» revela que su visión ácida del mundo encierra en el fondo una gran ternura

22 feb 2016 . Actualizado a las 10:18 h.

Esta es Marta Sanz. La misma que protagoniza su novela La lección de anatomía, un desnudo hasta el final: «Yo, como ella, nací en Madrid el 14 de noviembre de 1967. Todo es real, mi madre, la abuela Juanita, la tía Maribel. En La lección de anatomía todo sucedió de verdad. No inventé nada que no sucediera, o que yo tuviera la impresión de que no hubiera sucedido, porque la memoria es selectiva, y no es solo la mía, sino también resultado de los relatos de los demás». ¿Es cierto que el relato del parto de su madre la decidió a no tener hijos? «Sí. Pero por miedo físico, ¡no hay más!». Sanz llegó a A Coruña acompañada de su madre, en un gesto real que llena de contenido su retórica, la relación con el lenguaje que mantiene desde niña: «Siempre me ha gustado el sonido, la música, la materia de las palabras», revela.

En Farándula, premio Herralde de novela, que presentó al público del ciclo Libros en directo, hace un crudo y mordaz retrato del mundo del espectáculo: «Al leer Farándula puedes pensar 'cómo se van a sentir los actores con este retrato tan borde', pero tras esa mordacidad y esa bordería hay un gran respeto. Puede parecer por lo que escribo que soy una persona mordaz, valiente, ácida, que tengo una forma muy negra de mirar las cosas, pero lo que hay de fondo es mucha ternura. La mezcla de lo violento y lo tierno está en mi carácter y en lo que escribo. También por detrás de la sátira del mundo de los actores que hay en Farándula».

-¿Pueden separarse la violencia y la ternura?

-Creo que no. Yo no sé hacerlo. Soy muy racional en otras cosas, pero escribir no me sale de ninguna otra manera. Sí existen textos en los que separan, en los que se peca de un exceso de ternura o de un exceso de violencia. A mí lo verosímil me parece la mezcla de las dos cosas. Exagerar la ternura o la violencia lo que hace es señalar un público.

-Y contar una mentira...

-Bueno... También se dice de la literatura «cuéntame una mentira para decirme una verdad», ¿no? Las cosas más íntimas tienen que ver con la comunidad, el selfie más impúdico que podemos hacernos nos concierne a todos. No es egolatría ni narcisismo ni nada. Yo soy yo porque tú estás ahí. Esto he pretendido mostrar en La lección de anatomía. En otros libros, como escritora, lo que hago es ponerme máscaras que en el fondo me dejan desnuda.

-¿Al estilo Pessoa?

-Sí, es un poco Pessoa. A través de la ficción me muestro a los demás en mis mayores vulnerabilidades, en mi dolor, en mi ideología, en mis deseos no realizados... en absolutamente todo.

-Su acidez demuestra que no soporta la cursilería.

-No. Me pone muy nerviosa.

-«Farándula» es una novela muy incómoda. ¿Qué pretende del lector?

-No quiero caer en la complacencia. Pero yo en Farándula no me coloco por encima de la realidad, sino que soy el primer ser vulnerable. En esta novela evidencio mis contradicciones como escritora que es crítica con el sistema, pero está dentro de él. La primera que se sitúa en Farándula en una situación de debilidad soy yo.

-¿Cómo se sobrevive a esa visión tan lúcida, cruda y realista de las cosas?, ¿cómo lo hace usted?

-Escribiendo. En Farándula hay una visión muy pesimista sobre la escritura, como un ejercicio que solo sirve para exorcizar los demonios personales sin traspasar la barrera del otro. Pero Valeria Falcón como personaje es mucho más pesimista que yo.

-Plantea, como Chirbes, un viaje sin retorno al fondo de la mala conciencia. ¿Se identifica con él?

-Precisamente conocí a Chirbes a principios de los 90 porque vino a hablar de La buena letra a una escuela en que era alumna. Comparto con él eso que decía de que era una mezcla de leninista y proustiano. Me gusta porque define una forma de escritor comprometido con la que yo me identifico. Un escritor, por una parte, preocupado por las cosas que suceden, pero al tiempo por hacerlo con una retórica exigente, que saque a los lectores de su zona de confort. Chirbes es más valiente que yo en su pesimismo porque es más radical. En la orilla no deja ningún resquicio para que ningún personaje se salve. Yo soy pesimista en el pensamiento, pero positiva en la voluntad.

-¿Cuál es el oficio del escritor?

-Devolver el significado a las palabras que nos roban desde el poder. Reflexionar sobre el significado de las palabras robadas. Por otra parte, los escritores buscamos un espacio intermedio entre la espeleología psicológica y lo que pasa fuera, la realidad. Los escritores somos al mismo tiempo espeleólogos y mirones. Usamos los microscopios y los catalejos.

-¿Cómo ve el género negro?

-Es un género de denuncia que hoy está siendo muy complaciente con el lector. Es como si se estuvieran separando fondo y forma (lo cual es imposible en literatura) y en el fondo hubiese denuncia, pero a través de un molde que deja al lector muy tranquilo, porque es una forma muy reconocible. La literatura de denuncia tiene que ser incómoda no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo está contando. Las dos cosas a la vez. Los discursos de seducción del género negro me parecen una forma de violencia neoliberal. Eso de «voy a encantar al lector, no le molestaré». Yo quiero romper las tramas, quiero obligarlo a hacerse preguntas.

-Una escritora me dijo una vez que escribir es ganar distancia. ¿No es acercarse del todo?

-Totalmente. Tomar distancia es el paso previo ineludible al escribir para después acercarte. Para tener una visión lúcida, y después llegar a lo pequeño, lo más íntimo, de cada persona. Y una vez ahí intentar transformar el inconsciente colectivo. Porque no somos individuos aislados, el individualismo es imposible; al que cree que existe le falta conciencia de cómo son las cosas. Hoy, con el modelo digital, nos venden la idea de que somos muy libres porque apretamos al botón de me gusta y tenemos la impresión de que opinamos libremente. Pero estamos siendo vigilados por más ojos que nunca. Nuestros datos son procesados para tenernos controlados y hacer publicidad selectiva y otras cosas.

«Yo parto de que incluso lo más aparentemente frívolo está cargado de ideología»

Marta Sanz advierte contra la banalidad aparente de las cosas y los mensajes, y asegura que tras lo lúdico en la televisión e Internet se oculta una subrepticia manipulación ideológica. Y la gente, dice, debe saberlo. Si actúa o no ante esta realidad, es otro cantar, pero, defiende, debe saberlo.

-Quizá puedes encontrar en lo más frívolo lo más trascendente del mundo... Yo parto de la idea de que incluso lo más aparentemente frívolo está cargado de ideología. Programas de entretenimiento, del corazón... aparentemente inofensivos. Es necesario al menos saberlo, para poder combatirlo, o aceptarlo. Por otro lado, esa visión del arte como algo que puede separarse de la vida y situarse en un templo me genera mucha desconfianza.

-¿Por qué nos ha podido el «buenrollismo», la sonrisa a toda costa en cualquier circunstancia?

-Es algo con lo que no puedo desde que, en el 2009, se empezó a decir a la gente que había intentado vivir por encima de sus posibilidades. Hoy parece, o te dicen, que si tu actitud no es positiva o proactiva se te nota en la cara. Y eso te cierra puertas. No soporto que se responsabilice al individuo de un sistema corrupto. Quieren desactivar el derecho a tener la mala leche y el colmillo retorcido. Ojo, la pobreza lo que genera es debilidad, indefensión, no saber qué hacer.

-¿Cuánto hay de realidad y de teatro en su «Lección de anatomía»? Deje que indaguemos más en ese desnudo radical.

-Todo lo que yo cuento en esa novela sucedió de verdad. El punto peculiar de La lección de anatomía es conseguir que esos momentos de la normalidad de mi vida que yo cuento, esos momentos a veces tan impúdicos, sean relevantes a través del lenguaje. Cuando se aplica a la realidad el filtro de la retórica todo se deforma un poco, se aleja de la literalidad de las cosas pero se acerca más a su autenticidad.

-¿Cómo es su relación con las palabras, que se abren al medio en «Farándula»? Dice, por ejemplo, de «parodiar» que es ?odiar un poco?.

-Tengo una relación íntima con las palabras. Es familiar. Es algo que me viene de mi madre. Ella es minuciosa, naturalista, tiene el lenguaje escatológico del mundo sanitario. Escribo haciendo ese juego de usar el lenguaje del cuerpo y el cuerpo del lenguaje. Las palabras... me gustan. Desde pequeña. Empecé como lectora de poesía. Me gustó siempre la música de las palabras, sus relieves. La materia de las palabras.