Prince actuó en 1990 ofreciendo un concierto magistral que marcó a toda una generación
22 abr 2016 . Actualizado a las 11:02 h.Purple Rain con la ría de O Burgo al fondo y un mar de mecheros en frente. La imagen ha sido instantánea. Clic. En cuanto la noticia de la muerte de Prince bailaba entre el sí y el no el flash acudió a la mente. Muchos de los gallegos que hoy se columpian en los cuarenta años vivieron el 29 de julio de 1990 su primer gran concierto. Prince actuaba en A Coruña. Y todos cayeron rendidos a los pies de uno de los mayores talentos de la música contemporánea. Sí, el de aquel que tocaba Purple Rain con una guitarra imposible, solarizada en el recuerdo gracias a filmación de la TVG.
Nunca se había visto nada parecido. En 1990 Galicia no importaba dentro del circuito de grandes conciertos internacionales. Nada. Y, de pronto, llegó él. El mismo día que Madonna actuaba en Vigo. Del hambre al empacho. No se trataba de cualquier cosa. El Prince que aterrizó en A Coruña todavía marcaba caminos al futuro de la música popular y entregaba obra maestra tras obra maestra. Los majestuosos Sign O' The Times (1987) y Lovesexy (1988) permanecían frescos. Y Batman (1989), la banda sonora del filme de Tim Burton, se percibía como algo complementario en su discografía, no como un bajón. Los titubeos llegarían después. Entonces, Prince pedía sitio entre James Brown, Marvin Gaye y Jimi Hendrix. Igual que hoy lo hace Messi con Maradona, Pelé y Di Stéfano.
El recital se enmarcó en la gira Nude Tour, en la que hizo famoso el símbolo que mezclaba deliberadamente el sexo masculino y femenino. En escena el artista jugaba con el erotismo. Se exhibía como un animal en celo. Quería enardecer a la audiencia. Ello no fue impedimento, sin embargo, para que el evento se realizase en el campo de fútbol del colegio Santa María del Mar, centro religioso de los jesuitas. Eduardo Blanco, entonces concejal de Fiestas del Ayuntamiento de A Coruña, recordaba el pasado verano en La Voz que la oposición «fue total en un principio». Luego, se aflojaron las tiranteces. Al final, allí se escribió una página histórica.
En efecto, en el ámbito de la música pop cuesta encontrar una mezcla tan perfecta de excitación, grandeza y sensación de novedad como la de aquel concierto de Prince. Acudieron 25.000 personas. Y pocas (¿alguna?) salieron decepcionadas. Tras los quebraderos de cabeza que el cantante generó con sus caprichos (por ejemplo, revestir de moqueta color arena el pabellón de deportes del colegio para usarlo como camerino), lo que se pudo ver resultó sobresaliente.
Respaldado por una banda excepcional, en modo greatest hits y con coreografías ad hoc con bailarines, Prince pulsó el botón de éxitos. Y no paró. The Future, 1999, Kiss, Take Me With U, o Controversy sonaron como monumentos apabullantes. Frente a un público como aquel, virgen de grandes sensaciones musicales, incrementaron aún más su poder. La cálida noche de verano y el bellísimo marco de la ría pusieron el resto.
La música sonó chispeante, divertida, sexi, vital. Puro funk-pop con espacios para las baladas o la pirotecnia guitarrista. Algo que, de alguna manera, entró bajo la piel del público para sacudirlo, ponerlo a bailar y demostrarle que -¡oh sí!- la palabra grande se había inventado para casos como ese. Por eso ayer, cuando la muerte de Prince apareció cruda en el móvil, las mentes acudieron allí. A aquel Purple Rain prodigioso, de melodía al vaivén, guitarra exprimida hasta la última gota y ojos cerrados de placer.
Sí, Prince estuvo aquí. Y nos abrió la puerta grande a esa maravilla llamada pop. Se lo contaremos a nuestros nietos. Seguro.