
«Nunca apagues la luz», de David F. Sandberg, es una historia tan simple como aterradora
29 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Lights Out es un exitoso cortometraje del 2013 que, tras un fulminante recorrido por la Red, hizo viral una historia tan simple como aterradora; una mujer ve en su pasillo una silueta amenazadora que desaparece al encender la luz; a partir de ahí, angustia y suspense bien dosificados y sustos asegurados. Dicho cortometraje no tardó en llamar la atención de James Wan (director a su vez de Expediente Warren o Insidious, vamos, otro experto en el tema), que raudo y veloz procedió a encargar al propio director (sueco) una versión (americana) en largometraje para su explotación comercial.
Pero una idea tan sencilla, condensada en escasos minutos, no parecía presagiar nada bueno en su cambio de formato. Bien es sabido que una historia, si se estira como un chicle sin mucha más sustancia, dará un mero pastiche que tirará de tópicos del género para su supervivencia, sin por ello conseguir sobresalir del montón. David F. Sandberg, sin embargo, y aún sin ni mucho menos conservar las cotas alcanzadas en su propio cortometraje, consigue una película que, sin dejar de ser facilona en cuanto a los sustos de rigor, y sin ambición de perdurar en la historia del género, sí resulta efectiva y solvente, lo cual no está nada mal para una ópera prima.
Nunca apagues la luz apela a uno de los terrores más ancestrales (y explotados) del ser humano: el miedo a la oscuridad. Una oscuridad concebida como continente de terrores y pesadillas, de monstruos del subconsciente que rápidamente tornan en monstruos físicos, que hallan en este medio la mejor vía de salir al exterior. Esta película explota y da forma a dicho sentimiento para -o cuando menos intentarlo- llevar al espectador a los terrenos del terror más primigenio. Todo ello en unos escasos (y agradecidos, frente a la tónica habitual) 81 minutos en los que se obvian prólogos innecesarios para entrar directamente al meollo de la acción, añadiendo además el componente de las relaciones familiares (la eterna disyuntiva madre-hijos), así como unas pizcas de locura y algunos apuntes de humor.